XX Edición
Curso 2023 - 2024
Una copa de más
Marc Muñoz, 17 años
Liceo del Valle (Guadalajara, Jalisco. México)
«Si no tomas, eres débil», «Todos lo están haciendo, ¿por qué tú no?» o «El que no bebe no disfruta» son algunas de las decenas de frases que, desafortunadamente, me ha tocado escuchar en distintas reuniones, fiestas y eventos con compañeros y amigos. Por eso me pregunto si los adolescentes necesitamos el alcohol para pasarlo bien y disfrutar del ocio.
He leído que todo tiene que ver con nuestro cerebro, específicamente con la amígdala, una pequeña estructura subcortical relacionada con las emociones, que desempeña un papel fundamental en las respuestas sensibles y la toma de decisiones, especialmente en situaciones de presión social que es cuando nos llega la propuesta de consumir alcohol. Su activación influye en cómo percibimos y respondemos a esa presión de nuestros semejantes, lo que nos lleva a ceder y aceptar la copa o a resistirnos. Además, dicha amígdala está implicada en la formación de asociaciones emocionales, es decir, en el papel seductor que le damos a la bebida ante nuestras carencias afectivas, lo que podría aumentar la probabilidad de una dependencia futura.
Si conocemos la principal causa científica que nos incita a tomar alcohol, también es necesario saber sus consecuencias: desde el alto riesgo de cometer accidentes de tráfico, a problemas de salud mental y de relaciones sociales, o el riesgo cierto de desarrollar una adicción, origen de muchos otros problemas.
Nuestra sociedad a menudo glorifica el consumo de bebidas alcohólicas como si fueran una parte indispensable de la experiencia juvenil, lo que perpetúa la idea de que beber es necesario para ser aceptado por el grupo de amigos. Como resultado, muchos adolescentes se sienten obligados a tomar, aunque implique violentar sus principios morales.
Yo también he sentido la presión sofocante de estas expectativas sociales. Me han acosado esas voces que me instan a tomar, que me sugieren que sin el alcohol mi participación en la diversión será incompleta. Pero en el interior de mi conciencia, sé que esa no es la verdad, y he aprendido a resistirme, a desafiar esas normas impuestas y a encontrar la verdadera fuerza en la autenticidad.
Me gustaría compartir con otros jóvenes que el consumo de alcohol no solo afecta a nuestra salud física y mental, sino que también moldea el curso de nuestras vidas. Cada vez que cedemos a la presión que los demás pretenden ejercer sobre nuestra libertad, entregamos un pedazo de nuestra autonomía y capitula nuestra fortaleza interior. Y si bebemos más de la cuenta, permitimos que la sombra del alcohol oscurezca nuestra luz, convirtiéndonos en marionetas de una convección social falsa. No necesitamos el alcohol para divertirnos ni para ser aceptados. Necesitamos el coraje de ser auténticos, incluso cuando significa que caminaremos solos.
Ojalá que la próxima vez que nos enfrentemos a la presión de beber, recordemos que nuestra valía no está determinada por el contenido del vaso, sino por la integridad de nuestro carácter y de nuestras elecciones. El alcohol enciende la sed de la superficialidad y apaga la llama de la conexión humana.