IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Una historia de miedo

Cristina de la Fuente, 14 años

                  Colegio Aura (Tarragona)  

Eran las tres de la madrugada y mi corazón latía rápidamente. Sentía que podía explotarme en cualquier momento. Estaba muy nerviosa. Intentaba moverme, pero era incapaz de hacerlo. Estaba tapada hasta los hombros porque había oído claramente como alguien abría la puerta de la casa que daba a las escaleras. Mi padre tenía turno de noche, con lo cual llegaría hasta las cinco. Mi hermano estaba en su habitación, dormido como una marmota, y mi madre no se despertaba con facilidad.

La única que estaba despierta era yo. Noté un asombroso silencio y eso hizo que me tranquilizara un poco. Pasó un rato. Eran las cuatro menos cuarto cuando oí unos pasos procedentes de la cocina. Fue entonces cuando creí que el corazón se me iba a salir del pecho. Comencé a temblar. Nadie puede imaginar lo que se siente en esos momentos si no lo ha vivido. La gente cree que lo mejor es levantarse, coger algo duro y de considerable peso y salir a la deriva, a ver lo que te encuentras. Eso es lo que pensaba yo hasta ese día, pero la realidad es otra: en este tipo de situaciones no eres capaz de mover ni siquiera una pestaña. Por eso decidí esperar.

Todos solíamos dormir con la puerta cerrada y aquella era una noche como cualquier otra. Sonaron las campanadas de la iglesia que teníamos a tan solo dos manzanas de nuestro edificio. Marcaron las cuatro. Cinco minutos después los pasos se habían detenido. Pero yo hubiera deseado que no lo hubieran hecho, ya que lo que oí inmediatamente después de los pasos fue mi puerta abriéndose. Es imposible describir lo que sentí en aquel momento, lo que pensé...

La habitación estaba muy oscura, lo que hizo que tuviera valor para abrir los ojos. Descubrí una silueta negra en el vano de la puerta. Poco pude distinguir aparte de que era un hombre de mediana altura y bastante robusto. Caminó sigilosamente hasta situarse en frente de la ventana. Los hilos de luz que se colaban por ella me permitieron ver que llevaba una máscara que le cubría toda la cara. Oí que buscaba algo en la parte superior de su pantalón. Sacó un utensilio que me resultaba familiar: era el cuchillo de cortar jamón que usaba papá. Alzó su mano con él entre los dedos dirigiéndose hacia mí. Segundos después su brazo bajaba hasta encontrarse con mi abdomen. Noté como el cuchillo penetraba en mi vientre, pero al instante me desperté. ¡Todo había sido una pesadilla!

Desde entonces, cada noche le pido a Dios por todas las personas que pasan por esa brutal impresión pero que no tienen la agradable y tranquilizante sensación de despertarse y saber que se trataba de un sueño.