IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Una nueva vida

Mónica García Solbes, 16 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Un escalofrío recorrió su espalda. Con solo alargar la mano podría tocarle. Estaban tan cerca y, a la vez, tan lejos… Tan lejos de ella y de todo lo que habían compartido, de las tardes en el parque, de las noches idílicas en las que observaban la luna. En la ingenuidad de su juventud sentían que podrían alcanzarla con solo alzar los brazos...

Él se volvió y sus ojos encontraron los de ella. Había cambiado mucho en los once años transcurridos desde la última vez que se vieron: profundas arrugas surcaban su frente y finas hebras plateadas destacaban entre el negro azabache de su pelo. La calma y la serenidad que emanaban de él eran tales que sintió ganas de correr a refugiarse en sus brazos, pedirle que todo volviera a ser como antes. Pero eso era imposible. Saber que todo era culpa suya la hacía sentirse más desgraciada.

Él le hablaba afablemente y sonreía: no había rencor en sus ojos, ni siquiera una sombra de reproche. Pero tampoco había amor. Un amor que a ella la había consumido durante once largos años. Tuvo que luchar contra las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos.

-¿Cuándo regresaste? No tenía ni idea de que ibas a volver

-Ayer de madrugada. Echaba mucho de menos esto…-“y a ti”, terminó la frase en su mente sin pronunciarla, convencida de que el sentimiento no era recíproco.

-¡Once años! Quién lo habría imaginado, pero, ¡mírate! ¡Cómo has cambiado!. He seguido tu investigación de cerca y…

Pero ella ya no lo escuchaba. El hilo de su pensamiento seguía otro camino. La investigación, la dichosa investigación que la había alejado de todo lo que amaba. Recordó entonces una tarde de abril, cuando los dos se sentaron en un banco para hablar de sus planes futuros… Entonces ella lo había desbaratado todo al anunciarle su intención de viajar en breves a Estados Unidos para trabajar en un laboratorio que se había interesado por su trabajo. Recordaba la tristeza de él, la angustia con que había comentado que tendrían que posponer la boda hasta su vuelta. Ella había prometido regresar pronto, pero lo que en principio iba a ser un año se convirtió en dos , y luego en tres..., así sucesivamente hasta que dejó de recibir noticias de él hasta el momento en que se lo había encontrado en aquella cafetería un día después de regresar a Madrid.

-Tienes que venir a casa a conocer a mi mujer y a los niños.

Asintió cortésmente mientras el corazón se le partía en pedazos. Se despidieron como dos viejos amigos y anduvo toda la tarde sin rumbo fijo, intentando poner orden a sus sentimientos. Como mujer madura que era logró serenarse pronto. La decisión de marcharse fue suya y de nadie más. Ahora debía afrontar las consecuencias y seguir con su vida. Se encaró con el sol poniente y dejó que sus rayos la acariciaran antes de desaparecer con las últimas luces del día.