XI Edición
Curso 2014 - 2015
Una nueva vida
Teresa Mediavilla, 15 años
Colegio Monaita (Granada)
Noelia, sentada en la ventana, contemplaba el tráfico de Granada. Sabía que cuando viese aparecer un voluminoso Mercedes blanco, su vida habría cambiado para siempre o, por lo menos, un poco más de lo que ya lo había hecho a partir de que su madre le dijera que se volvía a casar.
La de su madre fue una boda un tanto precipitada, en el juzgado, sin vestido blanco ni celebración. Por no haber, no hubo ni invitados. Es más, ni siquiera Noelia había asistido, lo que le dolió, aunque más doloroso fue ver a su querida madre desposándose con un hombre al que ella apenas conocía. A la hija de su nuevo padre la había visto solo en fotografías.
A partir de aquella tarde, nada volvió a ser lo mismo. Antonio y su hija Valentina se fueron a vivir con ellas. Un extraño presentimiento de rivalidad empezó a surgir en Noelia.
Descubrió el Mercedes blanco, que aparcaba enfrente de su portal. Noelia apoyó la cabeza en la puerta para ver si oía algo. Pudo distinguir la voz de un hombre que hablaba, y a su madre decir:
-¡Pero qué guapa estás!
Sabía que el cumplido era para su hermanastra.
Salió de la habitación arrastrando los pies y se acercó por detrás de su madre. Los recién llegados se abalanzaron sobre ella, llenándola de besos que ella no deseaba. Antonio le pasó la mano por el pelo, lo que en un momento de nostalgia le recordó a su padre, que había fallecido unos años atrás.
Pasaron unos días. Noelia no le había dedicado ni unos minutos a Valentina, a la que miraba con desprecio, por más que supiera que no tenía la culpa de la decisión de su madre. Debería intentar ayudarla, pues era nueva en la ciudad y necesitaba hacer amigos. Pero era tanta la vergüenza que sentía al acercarse a su hermanastra, que no era capaz ni de decirle una palabra amable.
Un día, armada de valor, se propuso entrar en la habitación de su hermanastra y charlar un rato con ella. Incluso se había planteado invitarla a una fiesta que un chico de su clase organizaba esa noche. Pero cuando entró, le sorprendió el desorden: había ropa por todas partes, los papeles y los libros se amontonaban encima de la mesa, así como vasos y platos sucios. Valentina estaba en un rincón, llorando, con la cabeza entre las manos.
Acudió a consolarla, pues comprendió que echaba de menos Madrid, a sus amigos y a sus abuelos. Desde ese momento, Noelia se prometió ayudarla en todo lo que pudiese.
Nunca rompió su promesa. Crecieron juntas, y aunque nunca llegaron a ser buenas amigas, se trataron como auténticas hermanas. Noelia no tardó en comprender que le hubiese resultado imposible pasar los cinco años de universidad sin la compañía y el cariño de Valentina. A su vez, ésta pensaba que sin la ayuda y la bondad de Noelia, se hubiese ahogado en Granada.