IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Una tarde de amigos

Suyay Chiappino, 15 años

                       Colegio Guaydil (Las Palmas)  

Eran todavía las siete y media. La clase había comenzado hacía media hora y los treinta minutos de examen habían agotado su entusiasmo. Volvió a mirar el reloj y se perdió entre el rítmico sonido del tictac y el hipnótico avance circular del segundero. El carraspeo del profesor le hizo volver a centrar su atención sobre las preguntas del papel que tenía delante.

Una hora después salió del aula airosa de sentirse libre. La puerta aun no se había cerrado del todo cuando el profesor le ordenó que no abandonara el colegio hasta la hora oficial. Así que disponía de sesenta minutos de recreo sin nada que hacer, sin agobios, sin deberes, sin ordenador, sin órdenes... Tomó el teléfono móvil, marcó los números con asombrosa rapidez y descolgaron al otro lado de la línea tras el segundo tono de espera.

-¿Estás estudiando? -preguntó sin preámbulos.

-¿Dónde te encuentras? –le respondió con otra pregunta.

-En el instituto.

-Voy...

Fin de la llamada.

Esperó moviéndose de un lado a otro, bajó escaleras. Cruzó el pasillo, volvió a subir y se detuvo hasta que lo vio llegar.

-Me salvas de la eterna soledad –bromeó amistosa.

-¿Tú haciendo novillos? A ver si voy a terminar siendo una mala influencia –le contestó chistoso a su vez.

-Tenía examen –justificó, levantando las manos, y como prueba de su testimonio enseñó su bolígrafo, único objeto que portaba en lugar de los acostumbrados libros de Alemán.

-¿Y no tenías nada que hacer, “doña ocupada”?

Comenzaron a caminar buscando un lugar cómodo en el que sentarse.

-Me apetecía despejarme un rato. Tengo solo una hora para desconectar. ¿Puedo tomarme un respiro o “don responsabilidad” me lo impide?

-Bueno, le daré un respiro a tus ironías. Estás tan cansada que no deslumbran por su ingenio.

-¿Ves aquello? –la pregunta sorprendió al chico–. Es un juego, el veo-veo. ¡Me encantaba cuando era pequeña!

-Más pequeña, querrás decir.

-Pues eso –le miró desdeñosa-. ¿Jugamos?

Lo intentaron, sin embargo no tenían presentes las normas y tras varios intentos de recordar, desistieron.

-¡Has hecho trampa!

-Como dama que soy, deberías haberme dejado ganar.

-Acércate si quieres ganar algo –levantó la mano a modo de burlesca amenaza.

-Intenta atraparme si puedes.

Sus pasos rápidos y continuos rompieron el silencio del lugar y el eco de sus risas los detuvo. Volvió a reinar la quietud a su alrededor. Ellos aun reflejaban pruebas del delito: sus respiraciones agitadas, el martilleo de los latidos de su corazón, la expresión divertida y el entusiasmo aun brillando en sus ojos.

-Está bien, tú ganas a la hora de correr.

-No te quejes, tú ganas cuando toca pensar.

Miró en derredor buscando algo que atrajera su atención. Bancos, pasillos, aulas..., la pared.

-¿Sabes hacer el pino?

-No.

Se volvió bruscamente con expresión incrédula.

-¿La rueda?

-Tampoco. Haz el pino.

Lo hizo, pero aquello no era divertido. Tenía que encontrar un juego en el que participaran los dos.

-No se me ocurre nada.

-Quizás, por hoy no haya nada más a lo que seguir jugando. Tú imaginación también necesita un descanso.

Se sentaron y se intercambiaron una zapatilla. Les gustaba hacerlo, llevaban el mismo número y siempre que podían cumplían aquel rito.

-¿Qué tal tu día?

-Harto de tantas clases.

Hablaron y hablaron hasta que él consultó su reloj.

-Nos van a encerrar.

Un ruido de llaves los alertó. Echaron a correr y salieron del edificio.

-¡Qué rápido se ha pasado el tiempo! Gracias por venir.

-Sabes que no me cuesta. Además, tú tampoco me niegas un favor.

Rieron y llegaron a la puerta de la casa de ella.

-Por cierto, para el martes necesito el juego de play que te presté.

-Hecho. Y tú no olvides pasarme la redacción... ¡Me salvaste de una buena ayudándome a escribirla!

-Ahora mismo la repaso y te la envío.

-Gracias, Bella.

-De nada, David.

Se dieron la vuelta. Habían dado unos pasos...

-Bella...

-¿Sí?

-¡Las zapatillas!

Rieron mientras se devolvían cada una la suya. Esta vez David esperó a que subiera las escaleras, sacará las llaves y las introdujera en la cerradura. Se dio la vuelta.

-¡David!

-¿Sí?

Le sonrió desde el marco de la puerta antes de que levantara una mano y la cerrara. David se alejó calle arriba. En el aire flotaban las palabras no pronunciadas: “te quiero”.