IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Una tarde de lluvia

Mónica Muñoz, 14 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Llovía mucho. Era una de esas tormentas del comienzo del verano que te obligan a quedarte en casa. Cuando crees que amainan, cuando crees que es tu oportunidad para salir, las nubes vuelven a rasgarse de forma mucho mas furiosa.

Yo no sabia que hacer. Estaba sola y con pocas ganas de estudiar. Me aburría.

Mis ojos observaban el reloj de la pared, contaban los segundos de soledad y el teléfono a la espera de alguna llamada en la que columpiarme. Reloj, teléfono, reloj, teléfono… Hasta que me empezó a doler la cabeza.

Me froté la frente y me levanté de la cama sin hacer. Encendí la televisión, pero sólo ofrecía programas poco originales, de esos que parecen ser siempre los mismos. Entonces decidí llenar el tiempo con alguna actividad de provecho.

Me detuve en la salita del ordenador. Me senté la silla y me dispuse a encenderlo. Pero no lo hice. ¿Cómo podía ser que una adolescente como yo, sana y creativa, fuera incapaz de divertirse sin la ayuda de una tele o el ordenador? Avergonzada, me volví a levantar y me observé en el espejo. Sin darme cuenta, me encontré sentada sobre el sofá con el mando en la mano.

Dicen que las cosas siempre tienen su razón de ser. Por ejemplo, estaba convencida de que era patosa, condenada a tropezar con las escaleras, con los bordillos, con las grietas del suelo… Sin embargo, por primera vez aquella facilidad en tropezar pareció que serviría de algo. Y es que al levantarme del sofá me golpeé con la estantería, de la que cayeron varios libros. Digamos que por aquel accidente fortuito el resto de la tarde lo dediqué a leer.