VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Una tarde de verano

Elvira Martínez Teruel, 15 años

                 IES La Sagra (Granada)  

La tarde se presentaba divertida: había quedado con unas amigas. Me arreglé y salí a la calle. El sol picaba y unos densos nubarrones amenazaban tormenta. En efecto, en cuanto llegué al lugar de encuentro comenzó a caerse el cielo encima de la urbe. Por si fuera poco, no llegaba nadie. Empapada, corrí a refugiarme en un portal porque cada vez llovía con más fuerza. Decidí volver a casa, pero no tenía paraguas. En ese momento pasó un chico de mi instituto, uno de esos que las amigas te han contado que siente algo por ti. Muy amable, se ofreció a acompañarme.

-Total, me coge de camino –mintió, porque teníamos que dar la vuelta a toda la ciudad.

Íbamos por la acera. Como sabía lo que le ocurría respecto a mí, me sentí cohibida.

De pronto se nos cruzó un gato pequeño, completamente mojado. Sentí lástima e intenté cogerlo con cuidado, pero el animal se arqueó como si estuviese poseído y me lanzó un arañazo que rasgó el vuelo de mi vestido. Lo curioso es que, de seguido, se acercó ronroneando. Lo tomé entre las manos y proseguimos el paseo bajo la tormenta.

El asfalto estaba repleto de charcos. Un coche pasó a toda velocidad; el conductor aceleró y nos mojó por entero.

Al llegar a casa con el gato en brazos, mire al chico y le dije.

-Ten. Contigo estará en buenas manos.

Él me miró con una cara que parecía decir: “menudo marrón”.

Sonreí y entré en casa. Cuando me vieron con aquellas pintas, empezaron a reírse de mí.

Pero la historia no acababa ahí. Había perdido el móvil, de modo que le pedí el suyo a mi hermana para llamar a mis amigas, a las que les iba a pedir una excusa creíble.

Una vez en mi habitación, abrí la ventana porque me gusta ver caer la lluvia. Además, necesitaba airearme porque olía a gato mojado. Intenté telefonearlas cuando el móvil se me resbaló y cayó por el vacío.

Bajé a la calle, rezando todo lo que sabía para que al teléfono no le hubiese pasado nada. Sin embargo, había caído a la carretera y los coches hicieron el resto: tornillo por aquí, batería convertida en polvo, la pantalla a trocitos... Aquel aparato era nuevo.

Subí a casa y quise hacer como que no había pasado nada. Le dije a mi hermana con toda la naturalidad del mundo:

-¡Ten muchas gracias!

Del disgusto que se llevó al ver su móvil roto, no supo contestarme otra cosa que un largo grito.

Llegué de una carrera a mi habitación, me deje caer sobre la cama, traté de poner mi mente en blanco pero sólo pude reír, reír y reír.