XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Vaivenes 

Pablo Domingo García-Manglano, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

José salió de casa con el maletín del saxofón que perteneció a su abuelo Tomás. Muchos años atrás, éste había tocado el instrumento por todo Madrid para sacar adelante a su familia. Además, inculcó en su nieto el amor por la música. 

La música era la razón de la vida de José, algo que su padre, Pedro, no compartía, pues le perseguían los recuerdos de aquellos años de pobreza en los que Tomás, su padre, actuaba por las calles. Aunque era un niño, no se le olvidaba que habían vivido entre continuas amenazas de desahucio por parte de los dueños de la casa en la que vivían, pues llevaban meses sin pagar el alquiler. Tampoco podía olvidar aquellas noches eternas a causa del hambre voraz y desesperada, al saber que no comerían hasta el almuerzo del día siguiente. No pocas veces Pedro se vio empujado a robar en los puestos del mercado. 

Pedro aceptó que su hijo José acudiera al conservatorio, pero como una diversión, un complemento a sus estudios universitarios sin dedicación exclusiva. Pero José sabía que la música era su único destino, así que decidió arriesgarse y apostar su vida a una carta: tras abandonar los estudios de Derecho, partió en busca de una oportunidad como saxofonista.

Las primeras semanas no le resultaron fáciles. Después de pagar la matrícula, gastó sus ahorros en una pensión. Pasaba las mañanas llamando a las puertas de los representantes musicales, sin que ninguno le atendiera. Cuando se quedó sin dinero, empezó a dormir en la calle. 

Un día observó a un grupo de gente agolpada en torno a dos músicos callejeros. Uno tocaba el violín y el otro la flauta. Entonces entendió que no necesitaba triunfar en la primera línea, como pretendía cuando buscaba representante. Actuar en la calle también podía satisfacer su sueño. Por eso, cuando terminaron, les preguntó si podía tocar con ellos. Buscaron juntos una de las esquinas de la Gran Vía, donde atrajeron el interés de los viandantes.

Un día pasó frente a ellos un hombre con un elegante abrigo de tres cuartos y un sombrero, que se quedó mirando con asombro al terceto musical. Cuando acabaron la pieza, les ofreció que se sumaran a una orquesta de sesenta músicos. 

La noche anterior al estreno del nuevo espectáculo, por la cabeza de José pasaron todos los momentos por los que había pasado hasta aquel momento. El cúmulo de sensaciones le ayudo a reunir fuerzas para presentarse en casa de sus padres e invitarles a ir a verle. Su madre aceptó a la primera, pero su padre se negó. Además, le obligó a marcharse. No quería que su hijo sufriese por haber dejado sus estudios por la música. 

José se reunió con su madre en las taquillas. Después de ubicarla en una buena localidad, se despidió de ella y ocupó su lugar en la orquesta. Aunque estaba muy nervioso, una vez más, sus dedos funcionaron solos. Cuando se echó el telón, el público aplaudió durante un largo rato. Al agradecer la ovación, José se dio cuenta de que su padre estaba junto a su madre.

Una vez se vació el teatro, José salió a la calle, donde ese encontró con sus padres. Pedro había buscado una disculpa, pero no pudo empezar su discurso pues su hijo se le había echado al cuello. Entre abrazos y tras intercambiar una disculpa mutua, se fueron a casa.