IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Venganza

Marina García Badía. 17 años

                Colegio Senara (Madrid)  

Corría. Una sombra se cernía sobre él, una sombra que sólo tenía ojos para su presa. Los dos hombres se parecían, pero tenían una gran diferencia: el perseguidor corría por odio y el perseguido por amor.

El hombre que encabezaba la carrera entró en una casa con expresión desesperada. Miró en la cocina, en la sala de estar, en el comedor, subió al segundo piso y allí, en una de las habitaciones, la encontró pegada a la pared y asustada por el ruido.

-¡Viene a matarte! -dijo él.

A ella se le cayó el alma a los pies.

Los dos corrieron escaleras abajo pero, al abrir la puerta, encontraron que el hombre les esperaba blandiendo un puñal.

-¡No, a ella no! -exclamó interponiéndose entre el puñal y su amada.

Ella trató de evitarlo pero el agresor era demasiado fuerte. Sólo pudo gritar de impotencia cuando el acero atravesó el pecho del hombre que amaba, que cayó en sus brazos ensangrentado. El asesino quedó paralizado, puñal en mano, contemplando la escena. En un principio había pensado matarla a ella y así hacer sufrir a su oponente, pero el giro de los acontecimientos no le disgustó y acarició la idea del suplicio que viviría ella.

Ajenos al asesino, los enamorados intercambiaron miradas cargadas de sentimiento. Ella trataba de contener, desesperada, la sangre que manaba de la herida y sus ojos revelaban el miedo a la pérdida. Él la miraba feliz porque ya no corría peligro y triste por la separación de la muerte.

-Te pondrás bien –murmuraba la mujer tratando de convencerse a sí misma, incapaz de aceptar la realidad.

Él negó con la cabeza y escupió sangre por la boca. Se moría. Ella lo comprendió y las lágrimas inundaron sus ojos. Él la acarició la mejilla con inmensa ternura y ella hizo lo propio con sus cabellos.

-¡Te quiero! –dijo ella en un susurro, con total sinceridad.

Él la contestó con la mirada y susurró con dificultad por la sangre que le inundaba los pulmones:

–Vive.

Entonces dirigió una última mirada al sol rojo que desaparecía en el horizonte y expiró. Ella lo abrazó, pero se dio cuenta de que ya no tenía sentido, que su amado se había ido. Le recostó en el suelo y le cerró los párpados. Entonces reparó en el otro hombre. Se levantó despacio y se acercó a él sin miedo.

-¿Por qué?

El asesino se asustó y la sombra se revolvió en su interior. Habría aguantado contemplar ira en aquella mirada, rencor, odio, deseos de venganza..., pero lo único que no previó fue lástima por él. El puñal le resbaló de las manos y la sombra le abandonó, sumiéndole en la desesperación.

<<¿Qué he hecho?>>, pensó con vergüenza.

Las lágrimas del cielo comenzaron a caer.