IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Verano tortura

Natalia Morales, 16 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Llegan las vacaciones de verano, casi tres meses para los que aún tenemos la fortuna de ser estudiantes. Aunque todos anhelamos el final del curso y soñamos con nuestros lugares y pandillas de veraneo, al final es cierto que con tanto tiempo por delante podemos caer en el despilfarro. Quiero decir que no es fácil llenar las horas de tantos días para hacer cosas útiles que nos hagan sentir orgullosos de nosotros mismos cuando llegue la segunda quincena de septiembre.

Es una mañana cálida de julio, me siento indispuesta y decido pasar el día en casa. Me pongo unos cómodos pantalones de chándal y una camiseta. Pruebo con la lectura, pero al tener poca paciencia solo aguanto media hora. A continuación me dispongo a escribir, pero la pereza puede conmigo. Finalmente me decido a molestar a mi madre; le suelto un argumento largísimo de por qué estoy aburrida y ella se cansa de mí. Con el sol que hay fuera y yo en casa, aburrida. Como a mamá ya le he contado mi papel de víctima, lo intento con papá eso si con otra técnica.

Comienzo con un ritual de indiscretas pasadas por delante de él, hasta que me pregunta que qué quiero. Me quedo en blanco, no me he preparado una excusa, pero práctica no me falla. “Solo quería preguntarte si podrías darme un consejo para que no me aburra”. Su respuesta es clara y concisa: “Trabaja, haz algo útil en lugar de distraer a los que lo intentamos”. La respuesta me deja con cara de tonta. Me siento junto a él y me empieza a pasar una carpeta llena de hojas. ¿No pretenderá que yo trabaje en verano?. Le miro con gesto de sorpresa. Él me sonríe y me dice: “En media hora lo quiero ordenado por orden alfabético”. Increíble, no puedo comprender como me meto en semejante lío, tengo un don para los problemas.

Ya no hay vuelta atrás, es hora de ejercitar el cerebro. A, b, c, d, e... El trabajo se me hace eterno. ¡A comer! Después de una ensalada y unas rebanadas de pan con tomate, recojo los platos y me apalanco en el sofá ante la televisión pienso. Pero otra sonrisa de mi padre me indica que el trabajo no se ha acabado. Me dirijo hacia él arrastrando los pies.“Natalia, como estoy seguro de que en el mundo laboral no durarías ni cinco minutos con tu pereza, te propongo un trato”. Definitivamente este es el peor día de mi vida, pero no tengo más remedio que escuchar su propuesta: ¡trabajar todo el verano con él!

Así empieza un “verano tortura”. Todas las mañanas me despierto a las nueve, desayuno y dedico dos horas a trabajar junto a mi padre. Los días pasan y me doy cuenta de que decir “verano tortura” es un poco excesivo. Distraer la mente en algo que no sea la televisión o el ordenador no está mal. La extraña rutina me llega a gustar, tanto que finalmente el aburrimiento es una palabra que desaparece de mi vocabulario y acaba recibiendo jaque mate.

El verano ha acabado y espero ansiosa una recompensa en metálico que nunca llega. Para que no impulse una revolución sobre los derechos de los trabajadores, mi padre me explica el motivo de su decisión y me deja tan confundida que no encuentro respuesta alguna, aunque cada vez comprendo más lo que me ha querido enseñar: “El esfuerzo no siempre se recompensa con dinero, a veces la recompensa no es visible. Has aprendido a respetar el esfuerzo que supone ganar un sueldo y, aunque te cueste creerlo, has ganado mucho porque eres otra persona y estoy muy orgulloso de tú cambio.”