XI Edición
Curso 2014 - 2015
Violín para dos
Irene Cánovas, 16 años
Colegio Iale (Valencia)
Los dedos de ella agarraban con firmeza el arco, haciendo que volase por encima de las cuerdas, mientras que los de la otra mano bailaban por el cuello del violín.
Él llevaba un café recién hecho en una mano y un reluciente maletín en la otra. Se dirigía a la esquina de siempre, a coger un taxi.
Venía la parte más difícil de la pieza y tenía que hacerlo con perfección. Según el reloj de la librería de enfrente, él no podía tardar: era la hora. Hacía un día estupendo. Los rayos del sol comenzaban a aparecer.
La misma música de todos los días le llenó los oídos y aunque le invadía la felicidad, mantuvo su cara impasible, como siempre. No necesitó girarse; sabía que era ella. Se había puesto a tocar a la misma hora y la misma canción.
Siguió con su violín, intentando impresionar al “público andante”, como llamaba a los peatones. Pero de reojo le observó mientras se disponía a llamar a un taxi.
En el fondo, él no quería irse; deseaba posponerlo. Prefería quedarse escuchando aquella música y contemplando a la muchacha. Por eso no se molestaba en captar la atención de los coches de servicio público.
Habían pasado tres taxis por sus narices sin inmutarse. Incluso tuvo que controlar la leve sonrisa que se le dibujaba en la cara.
Oyó una risita dulce, casi imperceptible. Era la chica del violín, que se reía de su torpeza. No la culpaba; él lo hacía a propósito para que se riera. Un taxi se detuvo. Qué contrariedad…
Se subió y le indicó al conductor la dirección de su oficina. Giró la cabeza con disimulo para verla por última vez en aquella mañana.
Ella paró de tocar para ver cómo se marchaba.
<<Mañana le hablo>>, pensó él.
<<Mañana le hablo>>, pensó ella.
<<Hasta mañana, bella>>, fue su último pensamiento mientras se alejaba de la librería.
<<Hasta mañana, amor>>, fue su último pensamiento mientras el taxi se perdía a lo lejos.