XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Volar

Andrea Montes, 16 años

                 Colegio Ayalde (Vizcaya)  

Cuando a Alejandra le preguntaban de pequeña qué poder le gustaría tener, decía que leer la mente de los demás. A pesar de que la mayoría de sus amigas preferían poder volar, ella estaba empeñada en conocer los pensamientos ajenos. Se divertía imaginando lo que pasaba por la cabeza de sus compañeras de aula cuando miraban al techo durante la clase, o por la de su hermano cuando jugaba a la pelota.

Sus amigas le advertían que aquella afición podía ser peligrosa, porque Alejandra había decidió convertir su deseo en realidad. Cuando sentía que alguien se acercaba a donde ella estaba, buscaba un escondite desde el que pudiera escuchar sus conversaciones. Aquel fue el modo con el que se enteró de lo que cada cual guardaba en secreto, convencida de que con aquella información podría resolver los problemas y preocupaciones de la gente.

Todo cambió de repente, cuando Alejandra se escondió en el cuarto de baño del colegio para conocer algo que no le incumbía. Dos chicas acababan de entrar para hacerse algunas confidencias, lejos de las demás. Una de ellas rompió a llorar mientras la otra intentaba consolarla. Alejandra se sorprendió al saber que la que estaba llorando era Carlota, una amiga de clase que siempre se empeñaba en transmitir alegría a los demás. De hecho, cuando alguien tenía un problema, aquella muchacha hacía lo posible para que lo olvidara y pudiera disfrutar durante la jornada escolar. Ante ese carácter, Alejandra pensaba que Carlota era una chica con una vida feliz.

Pero en el baño se percató de que las cosas eran distintas: en su desahogo, Carlota le confesó a la otra que sus padres no le hacían caso, que sus hermanas no la tenían en cuenta y que en el colegio, a pesar de que se llevaba bien con mucha gente, no había hecho amigas íntimas con las que compartir sus opiniones y experiencias.

Alejandra se preguntó qué podría hacer para ayudarla. Si hablaba con Carlota, tendría que revelarle que había escuchado aquel intercambio de secretos. Entonces se dio cuenta de que espiar no estaba bien: ella tampoco quería que nadie se enterase de toda la información que guardaba a cuenta de su curiosidad y, sin embargo, conocía secretos de casi todos sus compañeros, de los que sabía la razón de casi todas sus preocupaciones. Por eso, de pronto sintió que estaba en deuda con Carlota.

Esperó a que las chicas salieran del baño para escabullirse. Horas después, cuando sonó el último timbrazo, fue al encuentro de Carlota. Estaba decidida a destapar ante ella su fea costumbre de escuchar conversaciones ajenas.

En un primer momento, la muchacha no entendió a Alejandra. ¿Cómo podía interesarle tanto la vida de los demás? Pero aquel fue un motivo para que pudieran verse a menudo y terminaran convirtiéndose en amigas inseparables.

Alejandra comprendió que escondemos las tristezas para luchar contra ellas por nosotros mismos. Esa era la razón del mutismo de Carlota, quien, a su vez, halló en Alejandra la amiga que anhelaba. Alejandra le animó a que hablara con su familia sobre todo aquello que le dolía. Los problemas se solucionaron y Carlota nunca más volvió a sentirse sola.

–Si alguien me volviera a preguntar acerca del poder que me gustaría poseer, diría, sin dudarlo: volar.