XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Vueltas a la manzana 

Blanca Alonso, 16 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Al día siguiente era lunes y todavía no había tenido ocasión de aprenderse una palabra. El fin de semana que había previsto estudiar a fondo, lo había pasado en familia. El sábado –a parte de dedicarlo al las quedadas que organizaba su parroquia, a las que se había comprometido a asistir cada semana– fue el santo de su hermano y de su padre, y lo celebraron en un restaurante (pasaron fuera de casa la mayor parte del día). Y el domingo era el cumpleaños de sus dos hermanos gemelos, a los que habían ido a ver a Vigo. Así que, en cuanto al fin regresó a su habitación, ya de noche, se sentó en el escritorio para aprenderse las veintiocho páginas de la asignatura de Historia, de las que tenía que examinarse al día siguiente. Pero, al cabo de media hora, se dio cuenta de que estaba prestando más atención al juego que sus hermanas pequeñas se traían entre manos en el cuarto de al lado, que a sus apuntes. Buscó otra habitación donde poder concentrarse, pero todas se hallaban ocupadas por alguno de sus hermanos. Exasperada, se puso gorro, abrigo y bufanda y salió a la calle. Un impetuoso viento la recibió de cara. Dio un suspiro y se enfrentó al frío invierno de la ciudad, para comenzar a dar vueltas a la manzana mientras memorizaba aquellas hojas. 

Se había aprendido la mitad del temario cuando decidió dar la siguiente vuelta sin pensar en el examen, para despejar su mente embotada. Se fijó en las calles que recorría y en sus recovecos, que tenían la apariencia de esconder mil y un secretos. También se fijó en cada viandante. Algunos iban alegres; otros se miraban entre sí con ojos enamorados mientras avanzaban con las manos entrelazadas. También se cruzó con personas que paseaban con la mirada perdida o sin mostrar ninguna emoción, y con otros semblantes marcados por la preocupación, por la culpa o la tristeza.

Le sorprendió el renovado interés con el que observaba aquellas calles tan familiares para ella, en las que había crecido y recorrido tantas veces. Era como si se le antojaran, de pronto, desconocidas. Se preguntó por qué no se había fijado antes en ellas, cómo no había apreciado que las farolas dejaban en penumbra la portería de su derecha, donde se ocultaban algunos jóvenes acurrucados. Quiso saber por qué las personas que andaban con prisa llevaban el teléfono pegado a la oreja, o por qué otras murmuraban para sí palabras ininteligibles.

Le sorprendió el ambiente distinto en cada cara de la manzana. Por una, apenas iban unos pocos caminantes bajo la oscuridad. Otra estaba atestada de gente alumbrada por un sinnúmero de farolas alineadas junto al barullo del tráfico. 

Al volver a su casa decidió que, a partir de entonces, iba a prestar más atención allá donde fuera, pues aunque en la ciudad todos los sitios parecen iguales, cada uno tiene sus características, sus secretos e historias.