IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Yo soy Jacqueline

Suyay Chiappino, 15 años

                       Colegio Guaydil (Las Palmas)  

Mi nombre es Jacqueline. No es un nombre común y me gusta. Es un rasgo de mi carácter: me complace llamar la atención; me molesta pasar desapercibida. Tengo quince años y me preocupa mi vida, la de los que me rodean, como soy, vivir, ser feliz. A veces me pregunto en qué o en dónde se encuentra agazapada mi felicidad. Me detengo a pensar delante del espejo y me observo fijamente, minuciosamente, de arriba abajo, de lado, de frente... Muchas veces llego a la conclusión de que lo hago como si quisiera con ello cambiar lo que veo con el poder de mi mirada.

Van pasando los días y cada vez me analizo más. Pasa el tiempo y cada vez me gusto menos. A menudo pienso que me hubiera gustado nacer diferente, perfecta, como las modelos; con sus facciones perfectas, sus medidas perfectas, sus sonrisas perfectas... ¡perfectas! Pero, ¿para quién? ¿para mí? ¿para todos?

Las mañanas comienzan con desánimo. Me levanto sin ganas, con la idea fija en la cabeza de querer ser como no soy. No me veo ni gorda ni flaca, ni guapa ni fea y, sin darme cuenta, comienza a ocupar mi mente esta obsesión sobre la apariencia de mi físico. Deseo ser como esas chicas que gustan a todos, a las que todos admiran, pero me doy cuenta de que no puedo hacer nada por cambiar y la frustración me provoca un bullir de impotencia que a cada momento va creciendo hasta llegar a explotar.

Todas estas ideas me desorientan. No sé a dónde puedo llegar. Entonces comienzo por adoptar medidas extremas: comer menos para tener el vientre plano, las piernas delgadas, los brazos finos... Un cuerpo envidiable. Un cuerpo imposible.

Muchos alimentos han desaparecido de mi estricta dieta. Ya no tienen cabida los dulces y el agua es mi mayor aliada. Al sentarme a la mesa siento una extraña sensación en el estómago a la vez que mi mente me indica que llevarme algo a la boca es intolerable. Al tragar me siento culpable. Como las horas de deporte no son suficientes para mí, aumento el ejercicio. Todo afecta a mi cuerpo antes de que mis ojos puedan apreciar cambios. La desesperación me empuja a controlar el peso, en constante descenso. Sin embargo ningún kilo por debajo del anterior satisface mis ansias. Busco la báscula prácticamente a cada momento del día, sintiendo decepción cuando la aguja se detiene en el mismo numero o satisfacción cuando se aprecia la distancia con respecto a la vez anterior.

Una idea fija me hace tirar la comida, regalarla o rechazarla en caso de que me obliguen a comer. Con el paso de los meses, toda mi vida gira en torno a no comer, a ser diferente de quien soy. No ser yo.

Muchos se preocupan por mi: me ven demasiado delgada y me aconsejan comer un poco más. Pero yo no quiero. Les respondo de manera agresiva. No acepto sus consejos por lo que rechazo la ayuda de todos los que me ven caer en una espiral que acaba en la muerte.

Una chispa ilumina por un instante mi cabeza. Es una mañana fresca, como cualquier otra. Nada más despertarme me he llevado las manos a la barriga, para comprobar qué hundida está. Al levantarme me he mirado al espejo y, por un momento, las preocupaciones de todas las personas que me quieren han llegado a mis oídos. De pronto he logrado verme tal y como soy y mi reflejo me ha sorprendido. No soy la persona que creía ser: no me parezco nada a la Jacqueline de antes. Un leve estremecimiento de confusión, dolor, frustración, miedo..., me recorre la espina dorsal y una convulsión me sacude el tórax. Me mantengo firme y contengo el torrente de lágrimas que acude a mis ojos y los hace arder. Salgo decidida a afrontar, a mejorar, a recuperarme, a volver a donde fuera que me hubiese perdido.

Pido ayuda a un especialista que me convence de que la verdadera curación comienza en mi propio interior.