IX Edición
Curso 2012 - 2013
A pequeña escala
Macarena Quintanilla, 17 años
Colegio Entreolivos (Sevilla)
La tensión se cortaba en el ambiente. Unos ojos que pretendían ser expertos, escudriñaban todo a su paso. Arma en mano, dispuesto a defender a quien amaba de su mayor enemigo, avanzó sigilosamente por el pasillo.
Jorge abrió la puerta, decidido. El garaje era el escondite favorito de aquel ser horrible que hacía que su madre se estremeciera. El pequeño héroe -sólo tenía cinco años- estudió el campo de batalla con ojos de profesional. De repente, una sombra sobre las estanterías del fondo de la habitación le puso en guardia. Aferró su bate, forrado de goaespuma, y avanzó, pasito a pasito, hacia su adversario, que era… ¡una cucaracha! Como ésta parecía no darse cuenta del peligro, el niño aprovechó para asestarle el golpe mortal, y un crujidito anunció el triste fin del insecto.
Jorge estaba radiante, pero su alegría duró poco. Sus ojos se pusieron como platos al descubrir que la cucaracha se había recuperado; estaba como nueva, salvo por una antena ligeramente torcida.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Comenzó una batalla campal. Jorge perseguía a la cucaracha blandiendo su arma y asestando golpes a diestra y siniestra -suerte que el coche de su padre no estuviera allí-, sin conseguir alcanzarla. Tan embebido se encontraba en la pelea, que no vio una estantería y chocó contra ella. Aprovechando el desconcierto, su enemigo se escabulló por debajo de un viejo televisor.
Al poco llegó su madre, alertada por el llanto del pequeño. Sonrió enternecida mientras Jorge le contaba, desconsolado, su empresa fallida. Le cogió en brazos y le prometió un poco de chocolate. Al ir a cerrar la puerta, descubrió a la cucaracha en un rincón del garaje, con las antenas levantadas, como en señal de triunfo. Una sensación de repelús le recorrió todo el cuerpo, pero no quiso darse el gusto de gritar. Eso sí, estaba decidida a que la próxima vez que fuera al supermercado, compraría un bote insecticida.