XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Abrazos en la niebla 

María del Carmen García Lea, 15 años

Colegio Altaduna (Almería)

De vez en cuando podemos permitirnos estar tristes y prescindir de esbozar una sonrisa para complacer a los demás. Las redes sociales nos transmiten que no está bien sentirse abatido. Sin embargo, aunque tengamos que remontar para salir del hoyo, no se trata de una ciencia infusa, sino de una habilidad que requiere trabajo y ganas.

Desde que falleció, cada 12 de septiembre mis ánimos decaían y se desvanecían mis fuerzas. A pesar de que en mi familia es un día de celebración, por coincidir la fecha con nuestro santo, se me escapaba irremediablemente un raudal de lágrimas. Él había sido el hombre al que yo más he querido, él que me cuidó desde que nací, el que me prometió que nunca me dejaría sola.

Me resistí a admitir que es ley de vida que todo el que nace, también muere. El dolor que me dejó su pérdida era inmensurable y había calado hondo en mi corazón, pero cuando lo acepté aprendí a vivir con su ausencia y hoy es la sonrisa lo que corona mi rostro al recordarle.

***

Volvió a amanecer un 12 de septiembre, la fecha que odiaba desde hacía diez años. Rápidamente cerré la puerta de mi habitación, para que la luz del flexo no despertase a mis padres. Busqué entre los rotuladores la pluma que él me había regalado, saqué una de las últimas hojas en blanco que me quedaban con su firma y, como cada año desde 2012, empecé a redactarle una carta. 

Conforme la escribía, recordé un momento feliz que guardaba bajo llave en mi memoria:

Era invierno y tocaba despertar al abuelo de su siesta. Bajé corriendo las escaleras, para encargarme de hacerlo antes que cualquier otro, pero al cruzar el salón me choqué de frente con mamá, que se disponía a hacer lo mismo. Le tiré del brazo y ella se detuvo en seco, porque sabía cuál era mi propósito. Entonces solté una risita nerviosa y le di un beso en la mejilla, antes de acercarme al sillón azul en el que descansaba el abuelo. Tomé de carrerilla y me lancé sobre su regazo mientras gritaba <<¡Abuelito Big, hora de levantarse!>>. La expresión del abuelo se suavizó cuando descubrió quién había caído sobre él y le abrazaba. Esbozó una sonrisa y me susurró: <<Si es que no tienes arreglo>>.

Siempre que desbloqueaba ese rincón de mi memoria, se me escapaban unas lágrimas, pero lo que hasta el anterior 12 de septiembre había sido dolor, en ese momento era agradecimiento por los años que había disfrutado de aquella persona maravillosa.

Cerré la carta con un beso y la guardé junto al resto, en un cajón con cosas del abuelo que para mí son mucho más que simples objetos. Enseguida me acerqué al equipo de música e hice sonar el disco de un pianista suizo. Fue pasando de canción en canción, hasta que llegó a “Hugs in the mist”, que el músico había compuesto durante la cuarentena para las personas que murieron por el Covid. Al pensar en esos “Abrazos en la niebla”, pensé que nuestros abrazos viajan resguardados en esferas de cristal.

Apagué el flexo, cerré los ojos y me dejé envolver por aquella melodía, permitiéndole que me transportara por la autopista de los recuerdos.