XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Aceptar la realidad 

Sofía María Pizarro, 17 años

Centro Zalima (Córdoba)

Hay frases sencillas que tienen gran significado. “Acepta la realidad tal como viene” es una de ellas. Seis palabras que son todo un programa. Al menos, para mí, pues la vida me ha venido con una dificultad: tengo displasia troquelar, con inestabilidad femoropatelar bilateral y torsión tibial externa en la pierna izquierda, lo que me impide hacer deporte y limita mi actividad diaria.

A los jóvenes nos cuesta aceptar nuestras circunstancias, pero cuando lo hacemos somos capaces de emprender los cambios necesarios para ser mejores, lo que nos hace libres y dueños de nuestro destino. Aceptar la vida tal como viene nos pone los pies en el suelo, pues aprendemos a valorar nuestras limitaciones, pero también nuestras capacidades. Es una forma de conocernos para no sentirnos ni más ni menos que los demás. 

Yo pasé por momentos difíciles. Sufría por quedarme siempre atrás, porque se me notara la cojera y pudieran señalarme como si fuera un ser extraño, lo que me hacía sentirme culpable de lastrar una dificultad física que no había elegido.

Se me hizo difícil aceptar que no podía correr, saltar, escalar… Doloroso quedarme siempre atrás, a mucha distancia de quienes no tienen este tipo de problemas. No poder compartir momentos especiales con el resto de mis amigos porque una de mis piernas no resiste el esfuerzo que conlleva pasar con ellos una tarde de bicicletas, ya que de hacerlo tendría que asumir un capítulo posterior de tres días de masajes, calmantes y lágrimas. 

Transmití a mi familia mi frustración, hasta que descubrí que la autocompasión no era un comportamiento justo para con ellos. Entonces comprendí que no debía forzarme hasta más allá de mis límites físicos por no parecer diferente a los demás, para que no me consideraran el “patito feo”, el que siempre falta en las excursiones. Entendí que cada persona viene a la vida con alguna limitación. La mía es fácil de percibir, pero hay otras que, sin mostrarse, son más difíciles de soportar que una cojera.

Aceptar la realidad ahuyenta los pensamientos negativos y acaba con la envidia. Es una forma de liberarnos del daño emocional que nos provoca desear una vida diferente a la que tenemos. Aceptar la realidad nos ayuda a comprender a los otros, a participar de sus tristezas y de sus alegrías. Aceptar mis problemas motores me ha ayudado a quererme por lo que soy: una mujer que desea pasar por la vida haciendo el bien.

Deseo que mis amigos me aprecien por mi sencillez, por mi carácter tímido y afable, por quererlos, por lo que les transmito y les hago sentir. No quiero mostrar mi parte diferente porque ya se ve y la conocen. Me he reafirmado en que prefiero la displasia troquelar unida a mis valores y principios, a la falta de empatía y a las manifestaciones explícitas de soberbia, que me empobrecerían el alma y me dejarían vacía. Quiero mostrarme de frente, sin traumas, sin creerme mártir porque esa actitud me aislaría en una burbuja a mi medida, dónde me quedaría escondida a causa del miedo a salir al mundo y mostrarme sin trampa ni cartón.

La mejor decisión que he tomado consiste en reconocer todo lo bueno que recibo: los paseos, los ratos en el grupo de lectura, en la bolera o cuando me siento a disfrutar de mis amigos mientras patinan durante las vacaciones de Navidad, sin sentir lástima de mí misma y sin ningún resquemor. 

El conocimiento es la base del triunfo. Cuanta más información tengamos de nosotros mismos, mejor emplearemos la autocrítica y será más sencillo que consigamos rebasar nuestras metas. El conocimiento nos da poder; si lo aplicamos a nuestra existencia, encontraremos aquello que nos falta y qué necesitamos para llegar al lugar que nos hemos propuesto. 

Debemos aceptar la vida y sus circunstancias, poner esfuerzo y responsabilidad en cada proyecto, asumir quiénes y cómo somos, y qué nos sucede. De ese modo podremos mejorar para ofrecer nuestra mejor versión, que sin duda es de una belleza extraordinaria.