XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Adra y Adra 

Sergio Mena, 15 años

Colegio IALE (Valencia)

Hace casi doscientos años, le ofrecieron a Andra un viaje sin retorno. Era apenas un adolescente, sin la conciencia formada para saber que estaba a punto de comenzar la mayor aventura de su vida. 

Andra había sido un niño con una gran imaginación. Era capaz de inventar relatos que siempre formaban a su alrededor un grupo de personas que querían escucharle. Pero lo que le sucedió aquel día no formaba parte de su imaginación.

Se le presentó una entidad imposible de describir, pues él no podía verla ni escucharla; solamente la podía sentir, como un frío que le envolvía a pesar de que la temperatura en el exterior era cálida. En Andra se despertó el miedo, pues le estaba envolviendo una energía que se comunicaba con él sin pronunciar palabra, como si adivinara sus pensamientos.

–¿Andra, qué es lo que más te gustaría hacer en esta vida?

De manera automática, se activó su respuesta: 

–Viajar.

En cuanto podía, Andra se sentaba a ver documentales sobre los lugares recónditos de la Tierra. Hasta entonces no había viajado, pues además de su corta edad vivía en una aldea del centro del país, lejana a cualquier aeropuerto. Pero a partir de entonces no necesitó ningún medio de transporte, pues con sus pensamientos empezó a viajar a una velocidad trepidante.

Pero la posibilidad que le ofrecía aquella entidad le implicaba no volver a ver a sus seres queridos tal como los había percibido hasta ese momento. Le dijeron que estaría con ellos, pero de otra manera. Aquello le sonó a broma. Creyó que estaba soñando. Por esos se sorprendió al abrir los ojos y encontrarse con que se encontraba en una nueva realidad, en la que no existían los colores. Había luces de diferentes intensidades y le rodeaba una capa de aire. Adra fue consciente de que formaba parte del todo.

Allí no existía la lengua, pues la comunicación se realizaba a través del pensamiento, también con sus seres queridos, a los que sintió de manera distinta. Además, Adra veía al adolescente que era, como si estuviera fuera de él y pudiera interactuar consigo mismo, de manera que le empezó a ayudar con los estudios y le enviaba estímulos para que supiera por dónde debía ir y qué tenía que hacer.

Años después, cuando el Adra de la Tierra se había convertido en un ingeniero de cuarenta y cinco años, con un trabajo estable y una familia feliz, este soñó con el mundo paralelo. Al despertarse, le contó a su familia que de pequeño tuvo un sueño similar. Desde entonces sentía que alguien lo acompañaba. 

Andra, inspirado por su otro yo, comenzó a construir en su taller una máquina que le permitiera viajar a otras dimensiones. Diez años después tenía la nave del tiempo y del espacio. Le bastaba elegir un año para que le trasladaba a ese momento. 

Escogió 2222, cerró los ojos y se dejó llevar por una ola con diferentes intensidades de luz. Todo giraba muy rápido y sintió que perdía la conciencia. Despertó en un lugar donde no existía la vida tal como la conocía. Pensó que era el momento de presentarse al adolescente que había sido. Cuando lo vio, lo miró atentamente y le preguntó: 

–¿Quién eres?

–Soy tú –le contestó Adra. 

Perturbado por aquella respuesta, que era imposible dado que había viajado doscientos años hacia el futuro, se mostró incrédulo.

–No le des más vueltas –le dijo su sosías–. El espacio temporal es sólo una ilusión que vivís en la Tierra. 

Aquel Andra le propuso volver con él. Ambos subieron a la máquina del tiempo y marcaron el año 2023. Su sorpresa fue descubrir que, al llegar, se habían fusionado en una misma persona. Andra estaba convencido de que se había unido a su mejor versión.