XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Aire

Emma Roshan, 15 años

                  Colegio Iale (Valencia)    

Aquella escena se le quedó grabada para el resto de su vida: la del viejo autobús escolar en el que se precipitó al lago. No tuvo tiempo de reaccionar; enseguida sintió el agua helada colándose por su ropa. Manoteó desesperada por salir a la superficie, pero el vehículo se hundía. Al fin logró salir por una ventana, pero la falda le hizo una mala jugada al enredarse con el retrovisor. Luchó, pero seguía bajando hacia las profundidades. Cuando logró zafarse de aquel hierro, se encontraba en el fondo.

Los pulmones le ardían y notaba la sangre palpitando detrás de sus orejas. Con terror observaba que a su alrededor todo era agua, fría y oscura. Necesitaba respirar para poder seguir viviendo. .

Un par de burbujas se escaparon por su nariz. Sufrió una arcada. Y otra. Tenía que salir de allí. Comenzó a nadar hacia arriba, pero a medida que ascendía parecía que la débil luz de la superficie se alejaba. ¿Acaso iba a morir?... Decían que los cadáveres se descomponen con mayor lentitud dentro del agua. ¿Vendría alguien a buscar su cuerpo?...

Aquellos pensamientos inundaban su cabeza como el agua su garganta. Era una sensación horrible. Ya no tenía fuerzas para mover sus brazos y se dejó llevar por una corriente subterránea, que la mecía como si de una delicada flor se tratara. Sus labios purpúreos por la falta de aire dejaron escapar un último conjunto de burbujas que se perdió en la distancia.

De repente, notó algo que se aferraba a sus brazos y tiraba de ella. Abrió los ojos y descubrió una cara familiar, emborronada por el agua. Era el chico que nunca hablaba en clase, ni levantaba la mano… ¿Cómo se llamaba?... En aquel momento su nombre no le venía a la cabeza. Súbitamente, él apretó sus labios contra los de ella y le insufló una generosa cantidad de oxígeno, que revivió sus pulmones. Aire.

Le agarró de la mano y ascendieron. Ella nadaba al ritmo de él, ambos empujándose mutuamente para alcanzar la superficie. La luz solar que se filtraba por el agua le acarició la piel y la invitaba a ascender un poco más.

Nada más emergió su cabeza, sintió que había esperanza. Pero aquella sensación duró poco; comenzó a toser y toser, tratando de sacar el agua de sus pulmones. Aunque él también sufría arcadas, entrelazó su brazo con el suyo y comenzó a nadar con ímpetu hacia tierra firme. Por suerte, el agua no estaba muy revuelta y pudieron llegar, agotados pero vivos.

Se dejaron caer en la orilla mientras expulsaban el resto de agua que habían ingerido. Ella se tumbó boca arriba y miró el cielo, manchado por unas delgadas nubes y coronado por el sol. Podía escuchar a sus compañeros, que chapoteaban, algunos de ellos gritando, otros llorando de puro terror. A pesar de su angustia, se alegraba de que estuvieran a salvo.

Observó a su salvador, que arrodillado se apretaba el estómago. Se acercó a él y le abrazó, apoyando la cabeza en su hombro.