XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Al borde del abismo

María Dolores Ardura, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)    

-Sujétate fuerte; voy a sacarte de aquí.

Tenía los brazos entumecidos, fruto del cansancio, pero por la cabeza de Carlos no rondaba la idea de soltar a su amigo. Habían iniciado juntos aquella expedición y estaba resuelto a terminarla de la misma manera.

Luis se encontraba con los pies colgando hacia el precipicio. Asía con angustia el brazo que su amigo le había tendido.

—Ahora que mis posibilidades de sobrevivir parecen escasas, maldigo cada una de las molestias que te he causado en este viaje –le confesó-. Me admira que, después de soportar todas mis quejas, te encuentres al borde del abismo, tratando de evitar una tragedia en la que ambos podemos morir.

—¡Deja de decir tonterías! –le echó en cara, la mandíbula apretada para que no se le escaparan las fuerzas.

Carlos miraba a Luis con ojos vidriosos mientras su mente dibujaba los años de su larga amistad. Saboreó cada juego, cada rebeldía, cada carcajada e, incluso, cada disputa, pues también estas habían ayudado a reforzar su relación.

Carlos abandonó sus pensamientos cuando la sudorosa mano de Luis comenzó a resbalar de su muñeca. Su brazo temblaba del esfuerzo, mientras que el pedregoso terreno se le clavaba en el vientre. Sabía que no resistiría mucho más, pero no podía fallarle.

A la fatiga se unió la deshidratación de tantas horas bajo el sol sin beber. La vista de Carlos comenzó a nublarse, sintió que las fuerzas le abandonaban. Las yemas de Luis rozaron las suyas...

***

—Marcos, hora de apagar la luz.

—No… ¡Un poco más!

Pero como era la tercera vez que acudía a ordenarle que se durmiera, su madre apretó el interruptor.

A oscuras, Marcos cerró el libro. Mañana continuaría con la historia, que se había quedado en lo mejor.