XIX Edición
Curso 2022 - 2023
Al doblar la esquina
Adrián Gimeno, 15 años
Colegio El Vedat (Valencia)
Al pasar, los viandantes miraban de reojo al mendigo que estaba apostado en la esquina. Su mano había adoptado la forma de un cuenco, pues pasaba los días pidiendo monedas que, al finalizar la jornada, apenas le alcanzaban para una barra de pan. Su aspecto desaliñado hacía que los peatones, rara vez se le acercaran. Pese a ello, él les saludaba mostrándoles una amplia sonrisa que se asomaba a su barba amarillenta.
Al indigente le gustaba imaginar las historias de algunos de los que pasaban por allí. Les daba una identidad, una familia, un trabajo… De ese modo se evadía de la soledad, fantaseando con las vidas de los demás. Esas historias las guardaba en la memoria, como si de un disco duro se tratara.
Por las noches se paseaba por la ciudad buscando en las basuras libros y periódicos, en los que esperaba encontrar ideas con las que enriquecer sus relatos. Aunque su semblante no lo reflejase, era un hombre con una mente muy ordenada y una sabiduría envidiable.
Una mañana de primavera, cuando el sol coronaba el cielo y el bullicio de la calle estaba en su máximo esplendor, se fijó en una mujer esbelta y trajeada, que paseaba sin que el jaleo pareciera turbarla. El mendigo se imaginó su vida, pero de un modo especial.
<<¿Quién será?>>, se preguntó.
Ella caminaba tranquilamente, fijándose en todo lo que la rodeaba. Al pasar por delante de él, éste la saludó sin esperar respuesta.
–Hola, guapa.
–Buenas tardes, señor –le contestó con una sonrisa.
Asombrado, no logró mediar palabra, ya que no se esperaba que le contestara. A cambio, le devolvió la sonrisa. La mujer se acercó a él y le preguntó:
–¿Cómo le va la vida?
–Muy bien –dijo sin pensar–. ¿Y a usted?
–Si le soy sincera, no es la primera vez que me fijo en usted. Sentía que teníamos que hablar, pues me ha transmite algo especial. Discúlpeme si soy muy directa –se aclaró la garganta–, o si le ofende mi pregunta, pero… ¿me podría contar su vida?
Extrañado, aceptó. Se sentaron en un banco y se puso a relatarle su pasado, por qué y cómo había llegado hasta aquella triste condición. Le explicó cómo eran sus días, lo que anhelaba, las dificultades de vivir en la calle. Se sintió a gusto de conversar con la mujer.
–También escribo historias. Bueno –se corrigió–, las escribo en mi mente.
–¿De verdad? –se le iluminó el rostro con una sonrisa–. ¿Me podrías contar alguna?
Aquellos breves relatos la dejaron impresionada. Los personajes parecían cobrar vida y la ilusión con la que el mendigo los narraba no tenía precio.
Tras un largo y tendido rato, se despidieron.
–Adiós, buen hombre.
–Adiós. Y gracias por pasar un rato conmigo.
Esa noche el mendigo no logró dormir. Estaba seguro de que la volvería a ver. Por eso, al día siguiente se apostó en su esquina con la emoción arañándole el estómago. Sin embargo, la mujer no llegó.
Una mañana, tiempo después, al acercarse a la acera en la que mendigaba, el hombre se encontró un libro en el suelo. Tenía por título “Al doblar la esquina”. Al abrirlo, descubrió unas letras manuscritas que decían:
<<Querido señor, muchas gracias por servirme de inspiración. Ojalá nos veamos pronto. Susana>>.
Le dio la vuelta al ejemplar. En la foto de la contraportada aparecía ella, sonriente como cuando la conoció.