XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Amanda 

Fabiana García, 17 años

Colegio Esclavas de Cristo Rey (Madrid)

Me encontraba en un pequeño café cuando la conocí. Se me acercó muy decidida para decirme:

–He dado tantas vueltas a lo largo de mi vida, que me han puesto muchos nombres. No recuerdo a la persona en la que quería convertirme al inicio de mi adolescencia. Sin embargo, sé que no tiene comparación alguna con quien soy hoy en día. Espero, entonces, que no te importe llamarme Amanda. Quizás te sorprenda, pero tú y yo hemos conectado telepáticamente un par de veces.

Sus ojos eran como la jungla; aunque daba miedo quedarse atrapado en su espesura, no podía apartar la vista de la majestuosidad de sus pupilas. 

Me invitó a participar en su grupo de Iniciación a la telepatía y el Más Allá y, como si me hubiera convertido en espectador en mi propio cuerpo y no tuviera decisión sobre mis acciones, comencé a seguirla por las somnolientas calles del barrio, hasta que llegamos a un pequeño local donde vendían vinilos. 

Ella preguntó por la edición especial de Magical Mystery Tour, de The Beatles. La dueña nos condujo a un cuartucho mal iluminado y atufado con el humo de un incensario. Ahí esperaban ocho personas a que Amanda iniciara la sesión. Hablaron entre ellas de experiencias paranormales y conexiones telepáticas, durante lo que me pareció una eternidad. Al finalizar la experiencia, invité a Amanda a un café. Lo aceptó, pero cuando doblamos una esquina despareció sin dejar rastro. 

Me quedé totalmente extrañado de lo que había vivido en las últimas dos horas. Dudé si, presa de la modorra que me ataca después de comer, lo había soñado. Pero Amanda no podía ser una ilusión: me sentía embrujado por su misteriosa presencia.

Iba a encenderme un cigarrillo cuando descubrí una nota enrollada en el interior de la cajetilla: 

“Querido Máximo, búscame en tus sueños”. 

Yo no le había revelado mi nombre, pues anonadado cuando estuve a su lado, apenas había sido capaz de formular palabras. Entonces supe que contactaríamos aquella misma noche, cuando me quedara dormido. 

Llegué a casa, me di un baño en agua tibia, oí música relajante y tomé un vaso de leche antes de acostarme con su nota bajo la almohada. A los quince minutos pensé que me estaba volviendo loco. Nunca he jugado a dejarme llevar por ese tipo de cosas que rozan la magia negra, ni creo en la telepatía. Me determiné a que, al día siguiente, iría a buscar la ayuda de un psicólogo. 

Me desperté sobresaltado, pues la encontré mirándome fijamente desde los pies de mi cama. Tenía una sonrisa inquietante y sus ojos brillaban con el resplandor de la luna, cuyos rayos se colaban a través de la ventana. Parecía divertirse con mi expresión de terror.

–¡Por fin despiertas! –me dijo antes de que sus suaves y juveniles facciones se transformaran en las que interpreté como propias de un alma en pena.

Me vi atrapado en la selva de sus ojos, ahogado en una espesura que me asfixiaba lenta e inexorable.