IX Edición
Curso 2012 - 2013
Amor verdadero
Almudena Molina, 16 años
Colegio Senara (Madrid)
Señorita Rosalinda:
Se le ruega que, a pesar de su temprana jubilación, retome cuanto antes su laborioso trabajo. Perdone las molestias que podamos causarle, pero la necesitamos urgentemente. De su decisión dependen grandes batallas; Inglaterra acaba de enemistarse con Castilla y León tras la ruptura matrimonial de Enrique VIII y Catalina de Aragón... Insisto, sólidamente en la importancia de su cometido: el mundo está en sus manos.
Cordialmente,
Samanta
Coordinadora de las oficinas de Mundo Feliz.
Rosalinda estrujó la carta y la dejó sobre la mesa ¿A qué venía semejante llamada de atención?... Ella seguía activa; era un hada madrina encargada de ayudar a jóvenes muchachas, princesas o ancianas a encontrar su amor verdadero. Cierto que, desde hacía tiempo -exactamente un año- no se había topado con ningún caso de auténtico amor. Únicamente habían acudido a ella doncellas desesperadas por los lujos de un conde o por la belleza de un duque estúpido. Pero no era su culpa que el mundo hubiese tomado un rumbo tan devastador. Esperaba aburrida la remota posibilidad de que una dama, en busca de verdadero amor, reclamase su ayuda. Empezaba a entender que su cometido había cambiado: ya no era hacer realidad los imposibles, sino enseñar al mundo a amar.
¡Qué complicado se había vuelto el oficio de las hadas! No bastaba agitar la varita y convertir una calabaza en carroza real; necesitaba una magia mucho más poderosa, que moviera corazones Pero, acaso no era ella una anciana de pelo plateado detrás de unas gruesas gafas. Por si fuera poco, en el último año de inactividad había engordado un tanto y su purpúrea túnica le apretaba ligeramente en el vientre.
<<¿Cómo se enseña a amar?...>>, se preguntaba en su mágico salón.
Las horas pasaron inertes para Rosalinda, que meditabunda buscaba la solución al gran enigma del corazón. En su libro de hechizos no aparecía ningún conjuro que le sirviera. Al final, tras largo tiempo de reflexión, comprendió que para enseñar a querer tendría que amar ella primero. ¡Sí! No esperaría a que doncellas y princesas acudieran con sus lamentos: sería Rosalinda quien saliera a buscarlas para mostrarles que el amor no se encuentra en las riquezas ni en la belleza, sino en el interior de cada corazón.
Rosalinda se envolvió en su celeste capa de hada, abandonó su mágico hogar y puso rumbo hacia el gran trabajo que le aguardaba. No podía perder ni un minuto más. El mundo necesitaba su ayuda.