IX Edición
Curso 2012 - 2013
Ángeles de hoy
Marina Medina, 16 años
Colegio Senara (Madrid)
Golpeó con fuerza el interruptor de la luz. El dolor era insoportable. Intentó incorporarse, pero no podía. Las piernas le temblaban.
Sintió como se desvanecía. Sólo pudo escuchar los lejanos y angustiados gritos de su madre: <<¡¡Mónica, Mónica!!...>>
-¿Mónica?…
El médico la observaba, preocupado, mientras ella -poco a poco- iba recuperándose del desmayo. Miró a su alrededor e, instintivamente, se llevó las manos al vientre.
-Mónica, tu hijo está bien –le informó el doctor–. Sin embargo, tendrás que permanecer ingresada porque el riesgo de tu embarazo es muy alto. Podrías perder al bebé si no guardaras reposo… También podrías tener problemas si…
Pero ya no le escuchaba. Su hijo estaba bien y eso era lo único que le importaba.
Los siguientes días transcurrieron lentos y monótonos, entre alguna prueba y un continuo descanso en la cama. Mónica perdía los ánimos.
Hasta que llegó Carmen. Entró como un terremoto, sin llamar siquiera a la puerta, y como si de lo más normal del mundo se tratase, le pidió esconderse en el estrecho armario. Mónica, comprendió el motivo: la niña estaba jugando al escondite con otros pacientes de oncología infantil.
A partir de entonces, surgió entre ellas la amistad. Carmen acudía cada día a visitarla. Siempre se las ingeniaba para entretenerla y sacarle una sonrisa. Quién se lo iba a decir a Mónica: una chica que llevaba más de diez años luchando contra la leucemia, se había convertido en su mayor apoyo.
Por eso, cuando al fin el bebé llegó al mundo, sintió que Carmen no hubiese estado para darle la mano, para dedicarle una de sus maravillosas sonrisas, para contagiarle fuerzas… A pesar de la alegría por el alumbramiento, le invadió la tristeza.
Cinco años después, Mónica seguía recordando a Carmen. Se había portado como un ángel, regalándole compañía, fuerzas y muchas carcajadas. Por eso bautizó a su hija con el mismo nombre. Por eso presentía que su amiga cuidaba misteriosamente de la pequeña.