XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Anillos en Saturno 

Jimena Rosique Gutiérrez, 15 años

Colegio Altozano (Alicante)

Cuanto más tiempo pasaba frente al telescopio, más se convencía de que haber alquilado aquella casa a las afueras de la ciudad había sido una gran idea. Con todos los edificios y contaminación lumínica de la capital, le hubiera sido imposible contemplar el cielo estrellado en su propósito de sacarle fotos a Saturno, que aquel día se había alineado con la Luna. 

Escuchó unos pasos por detrás de ella mientras buscaba con el tubo dónde se encontraba el planeta. Lejos de alarmarse, sonrió de lado porque sabía de quién se trataba.  

–Sofía, ¡por el amor de Dios! Es la una de la mañana y estamos en pleno invierno. Como sigas con esta manía de las estrellas vas a coger una hipotermia –le reprendió Juan mientras le ponía una chaqueta sobre los hombros. 

Sofía en ningún momento levantó la vista, concentrada en su interés. Una vez logró encuadrar Saturno, dio un pequeño salto de emoción que por poco desenfoca el ocular. Entonces apartó la vista del visor del telescopio y la dirigió hacia su marido, permitiéndose admirar sus ojos de color avellana, que brillaban bajo la luz del satélite.  

–Mira, por fin he encontrado al dichoso planeta –le explicó con una sonrisa cansada–. No sabes lo que me ha costado, Juan, pero no podía perderme este fantástico evento –se excusó, mientras se apartaba para que su esposo se acercara para comprobarlo por él mismo. 

Juan silbó en cuanto vio el planeta. No necesitaba volverse a Sofía para saber que en aquel momento le miraba con suficiencia. El amplificador que le había regalado, permitía una visión mucho más cercana y detallada de aquel gigante gaseoso.  

–Existen muchos mitos romanos directamente relacionados con los planetas. Me gusta imaginar que mantienen relaciones entre ellos –susurró la joven mientras se tumbaba en el césped, cruzando los brazos detrás de la nuca–: Venus quiere a la Tierra, pero la Tierra está enamorada de Marte. El Sol, por otro lado, es el padre de Mercurio. Y Plutón llora porque no encuentra en el Sistema Solar quien le haga caso.

–Pero Plutón no es considerado un planeta –le interpeló Juan, tumbándose junto a ella. 

–Pues, por eso mismo, bobolón –cerró los ojos, como si su comentario fuese obvio–. Hay un cuento portugués que relata cómo el Sol le pidió matrimonio a la Luna, pero esta le decía que tenía dudas acerca de casarse. ¿Sabes por qué? –. Una negación por parte de Juan le incitó a seguir hablando–. Porque si le decía que sí, el astro explotaría de emoción.

–¿Y si le decía que no?

–Entonces se congelaría para siempre –respondió–. Aunque la Luna quería al Sol de la misma manera, aplazaba su respuesta. El Sol, harto de esperar, comenzó a fijarse en Saturno, lo que le llevó a enamorarse y pedirle matrimonio. El gigante gaseoso le dio un sí, pero, aunque la inmensa bola de fuego lo amara, no lo sentía con tanta intensidad como con la Luna. Aún así, se casaron y por eso el planeta que acabas de ver tiene un anillo alrededor. 

Juan adoraba a su mujer cuando le hablaba del espacio. La admiraba por sus conocimientos de astronomía. De hecho, Sofía era la única profesora de astrofísica que no aburría a sus alumnos al explicarles las fórmulas y enseñarles a calcular los movimientos de los asteroides. 

–Imagínate ser como Saturno… Estar casado con el Sol… – pensó en alto, sin abrir los ojos.  

–Pero, si ya lo estás –soltó Juan en un impulso–. ¡Yo soy tu Sol!

La científica se sentó de golpe y lo miró, y levantando las cejas y boqueando indecisa, se atrevió a hacerle la pregunta.  

–Juan Rodríguez, ¿acabas de decir que soy Saturno?  

–No… Saturno y la Luna en un mismo planeta.

–¡Bendito seas…! Supongo que, si aún no estuviésemos casados, ahora es cuando diría que sí y nos besaríamos bajo las estrellas, para convertir esta propuesta impulsiva en lo más bonito del mundo.

–Has dado en el clavo –murmuró, acercándose a sus labios. 

Así eran, dos tontos que a veces dejaban pasar lo importante. Así eran Saturno y la Luna, únicos testigos de aquella noche en la que al lejano planeta no le hubiese importado prestarles las alianzas que le entregó el Sol.