XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Aprender a valorar 

Alfonso Capapé, 14 años

Colegio El Prado

Me resulta muy interesante rebuscar entre los relatos publicados en esta edición de Excelencia Literaria. Descubro cosas muy interesantes. Por ejemplo, que los alumnos de mi colegio han publicado un par de artículos, en los que reconocen su preferencia por la vida rural frente a la de la gran ciudad. ¡Menuda contradicción! pues me consta que ambos viven en Madrid, que no es, precisamente, una aldea en los páramos de Soria. Entiendo, sí, que valoren los días de vacaciones que pasan en el pueblo de sus abuelos, o en alguna finca de labor o de esparcimiento, aunque me pregunto si con esa experiencia uno se encuentra en condiciones de engrandecer un mundo para empequeñecer al otro. Quizás sea un buen ejemplo de la tendencia a valorar más lo ajeno que lo propio.


En general, solemos decantarnos por la infravaloración, esto es, no valorar suficientemente aquello que tenemos y, como consecuencia, tender a anhelar lo que tienen y disfrutan los demás. Respecto a la gran ciudad, la monotonía puede empujarnos a querer estar en un entorno rural. Pero no nos engañemos: la costumbre hace que no valoremos los beneficios. En este caso, los beneficios de vivir en Madrid.

También podemos tender a la añoranza. Echar de menos aquello que nos gusta, en este caso el campo, implica que lo valoremos más que cuando lo disfrutábamos. Es decir, es un amor engañoso. Por eso es verdad aquello de que <<cuando alguien fallece, se le reconoce mucho más que cuando estaba vivo>>. Que se lo digan a Cervantes, que sobrevivió a duras penas, sin un maravedí, pero una vez muerto se convirtió en el referente universal de los novelistas.

Mi primo participó en una encuesta escolar a partir de esta pregunta: “Qué prefieres, ¿la Educación Primaria o la Secundaria?”. Como cabía esperar, arrasó el gusto por la Primaria, pero más por la idealización de un tiempo pasado que por la objetividad con la que esos alumnos se enfrentan al hoy y el ahora, ya que no creo que ninguno de ellos desee volver a ser un niño.

El campo o la ciudad. El pueblo o la urbe… ¿Quién tiene la última palabra?