XII Edición
Curso 2015 - 2016
Barquito de papel
Blanca Vidal, 16 años
Colegio Orvalle (Madrid)
Sobre el parqué empapado por el sol, Marieta hizo unas dobleces a un papel hasta transformarlo en un barquito. Con su desbordante imaginación convirtió la habitación en un océano que el barquito surcó entre terribles monstruos y bellas sirenas. Su abuela sonreía mientras tejía, al tiempo que se balanceaba en una mecedora.
—¡Marieta! —Se escuchó la voz de su madre desde el piso inferior—. La bañera está lista.
La niña se puso en pie y le entregó el juguete de papel a su abuela.
—Guárdamelo hasta que vuelva.
La anciana posó la labor en su regazo.
—Puedes estar tranquila —le dijo, dándole un beso.
La anciana se quedó sola en la estancia. Aquel humilde juguete le había traído el recuerdo de su lejana infancia. También ella había logrado transformar el cuarto en un mar. Las olas de los recuerdos fueron sumiéndola en un profundo sueño. En ese sueño se encontró joven y fuerte. Sonreía mientras contemplaba el roce de la espuma deshaciéndose en la arena. Caminaba despacio, entre los golpes de viento que soplaba desde el horizonte.
Un barco de vela blanca fue acercándose hasta la orilla. Cuando la abuela logró apreciar la identidad del marinero que patroneaba la embarcación, reconoció con asombro unos ojos casi olvidados. Una mano fuerte le ofreció su apoyo para subir a bordo. Su corazón latía con fuerza. Solo se trataba de dos pasos y un pequeño salto, pero un incomprensible vértigo la mantenía anclada a la arena.
Temía abandonar aquella playa.
Se dio la vuelta y contempló el largo camino recorrido. Vio cómo una niña de trenzas rubias que jugaba en la arena, de pronto levantaba una mano y saludaba a su abuela, para después ir corriendo hacia sus padres, que volaban una cometa.
Satisfecha, la abuela dibujó una sonrisa y miró sus huellas en la arena. Respiró profundo.
—Ya es hora.
Y cuando su pie descalzo abandonó la playa, dejando una última huella, el barquito de papel cayó al suelo.