XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Cambio de planes

María Guitián, 15 años

                 Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)    

—Pero, ¿cómo lo haces? —le preguntó su amiga Cristina después de un entrenamiento.

—Digamos que con práctica y esfuerzo —le contestó Laura.

Laura sabía que una de sus mejores cualidades era su facilidad para el ballet; era algo inherente a ella desde muy pequeña. Su gran sueño siempre había sido abrir una academia y entrenaba día tras día, semana tras semana. No ignoraba que el cumplimiento de su deseo le costaría mucho esfuerzo, ya que no podría contar con ayuda económica de sus padres: eran nueve hermanos y tendría que sacarse las castañas del fuego por sí misma.

Pero además de una afición, el ballet era también un medio que usaba para llamar la atención de su familia, en especial de su madre, que estaba de nuevo embarazada. Sin quererlo, había perdido su alegría y espontaneidad, para sustituirlas por una búsqueda de protagonismo.

Desde hacía un tiempo, su madre había percibido que algo la carcomía por dentro. Preocupada, le había transmitido a su marido su inquietud y hacían lo imposible por estar más pendientes de ella, aunque con una casa llena de niños y otro en camino, no era tarea fácil. Aun así, estaban dispuestos a intentarlo, ya que el lema de su casa era «todo es para bien».

Cuando tras despedirse de Cristina llegó a casa, su madre los reunió a todos en el salón.

—Niños, vuestro padre y yo queremos contaros una cosa —comenzó, y acto seguido calló apenada. Dos lagrimones rodaron por sus mejillas.

—El hermanito que vais a tener será más especial de lo previsto. Necesitará mucho cariño, cosa que estoy seguro de que le daréis –concluyó su padre, rodeando a su esposa con el brazo.

Jaime, el más pequeño de los hermanos, no terminó de entenderlo, pero acudió corriendo a los brazos de su madre y le besó la tripa. Acto seguido lo hicieron los demás.

—No os preocupéis. Será el rey de la casa; dadlo por hecho —dijo la mayor.

Después, sin apenas alboroto, salieron todos del salón y Laura se acercó a su padre.

—¿Qué le pasa al bebé? —preguntó.

—Va a nacer con Síndrome de Down —le contestó su padre.

Laura se quedó impactada y prometió ayudar todo lo que pudiese. Desde aquel momento recapacitó:

«Es verdad que llevo unos meses procurando llamar la atención de mamá y papá, y al final lo único que consigo es preocuparles. Mamá trata de llevar lo mejor que puede lo del bebé y papá la ayuda en todo. Supongo que yo también tendré que echar una mano. Se acabaron las pamplinas».

Unos meses después nació Álvaro y se convirtió en el miembro más querido de toda la familia.

Unos años más tarde, Laura recordaba todo aquello a las puertas de un gran edificio junto a su hermano Álvaro. En sus manos llevaba unas llaves plateadas y a sus espaldas esperaban decenas de niños con el mismo síndrome que él. Sí, había conseguido su sueño: había fundado su propia academia, aunque las cosas pintaban diferentes de cómo las había imaginado de niña. Sus alumnos eran, sin duda alguna, muy especiales. Respiró profundo y, guiñando un ojo a Álvaro, se dijo a sí misma:

—¡Qué maravilla que los sueños se cumplan!