XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Cerca de la abuela 

Sofía Mª Pizarro, 16 años 

Centro Zalima (Córdoba)

La noche anterior hubo un cónclave en su casa. Eran cuatro personas: sus padres, su hermana y ella, Abril, y se habían sentado alrededor de la mesa del salón.

La madre, con ojos grandes y brillantes, intentaba sostener la mirada en sus dos hijas, y se esforzaba en no parecer nerviosa.

—La abuela no puede seguir sola. Cada día está peor. Hay que tomar decisiones –expuso–. Como sabéis, se le olvidan las cosas. Según el médico, el presente se le empieza a difuminar y confunde la realidad. Si no estamos con ella, sabéis que no se toma las medicinas. Además, según el informe, su proceso degenerativo va a ser muy rápido.

Las dos hermanas permanecieron calladas, intentando entender lo que estaban escuchando. Abril, a su vez, se aguantaba las ganas de llorar. Desde niña mantenía una unión muy especial con su abuela. No sabía si estaba preparada para verla sufrir, para separarse definitivamente de ella.

—Vuestro padre opina que deberíamos buscar una plaza en una residencia — prosiguió su madre—. Es verdad que allí la pueden atender muy bien, pero...

—Ella nos dejó claro que se quiere morir en su casa, con sus recuerdos, con sus libros –le cortó Anabel–. Piensa que si se va a vivir a otra parte, romperá con su pasado y, de alguna manera, con su vida. 

—Es verdad lo que dices. Lo hemos comentado mamá y yo —intervino el padre, que respiraba intensamente—. Además hay otro problema a tener en cuenta: no tenemos dinero suficiente para costear la residencia y no sabemos cuánto tiempo vivirá. El mes de internamiento es caro, demasiado caro.

La madre, sin dejar de contemplar a sus hijas, soltó con voz tenue: 

–Por eso, queremos proponeros que hagáis un sacrificio. Si algún día no os sentís capaces, os prometemos que haremos lo imposible para que le den plaza en el asilo.

<<¿De qué sacrificio habla mamá?>>, se preguntó Abril, buscando la complicidad de su hermana.

Anabel se adelantó: 

—¿Qué has pensado, mamá? ¿De qué tipo de sacrificio hablas?

—Cada noche, uno de nosotros dormirá en casa de la abuela para atenderla.

Aceptaron la propuesta con ilusión. No pensaron en el compromiso que conllevaba  quizás por la inocencia aparejada a su edad.

Con el paso de los meses, la vida de Abril había cambiado por completo. Seguía siendo una adolescente, pero las cosas no eran como siempre. Ya no acudía al colegio dando un paseo, sino en coche. Había pasado a depender de sus padres y se veía obligada a levantarse dos horas más temprano. Pero estaba segura de que todos aquellos inconvenientes merecían la pena, pues la abuela se sentía querida y cuidada.

Por las noches, mientras la anciana dormía, se apoyaba en el dintel para contemplarla y pensaba en las mañanas de su infancia en las que la abuela la llevó de la mano hasta la entrada del colegio, de las ocasiones en las que le narró un cuento antes de dormir, del empeño con el que repasaba junto a ella las tablas de multiplicar. Abril pensó que sus nietas nunca le supusieron una carga. Pero todo había cambiado. Abril había crecido y no necesitaba que le diesen la mano para caminar. Pero seguía sintiendo la necesidad de recibir los besos de su abuela.

Estaba convencida de que sus padres habían tomado la mejor decisión, que no había obligación más dulce que acostar a su abuela, despertarla, bañarla, comer con ella, escuchar sus historias repetidas, mirarla y hacerla sentir en familia.