XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Coca-Cola 

Blanca Alonso, 17 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Desde que llegó al parque a media mañana, a la niña le intrigaba la presencia de un bulto que yacía en un banco. Al cabo de un rato, se acercó para observarlo de cerca. Al principio se limitó a darle unos golpecitos, pero al no recibir respuesta, lo zarandeó con más fuerza. Entonces, por debajo de la chaqueta negra surgió una mano de uñas sucias, que destapó su cuerpo envuelto en la americana. Con la otra hizo de visera a sus acuosos ojos. Asombrada ante semejante aparición, la niña se sentó al lado de aquel hombre

–Hola.

–Vete, niña. 

–¿Estabas durmiendo?

–¿Es que no lo ves?

–¿No tienes casa?

–¿Eh?... ¡Claro que tengo casa!– respondió, irritado.

–¿Y por qué duermes aquí?

–Porque bebí demasiado.

–¿Y?... Yo también bebo mucho. Me gusta más la Coca–Cola, pero mamá solo me deja tomar  zumo y agua.

El tipo, que era joven y desgarbado, soltó una risa.

–Ya, bueno… Yo he bebido demasiada Coca–Cola.

–Y tu mamá te ha castigado –concluyó.

– Eso es.

–¿Y cuándo volverás a casa?

–Cuando se me pase el efecto de la Coca–Cola.

–¿Y te ha servido el escarmiento? A mí, cuando me castigan, a veces no me sirve porque vuelvo a desobedecer.

–La verdad, niña, es que me gusta mucho beber.

–¿Mucho, mucho?

–Mucho, mucho. Demasiado diría.

–Y, ¿por qué?

–Porque me permite olvidar.

La pequeña abrió los ojos como platos.  

–¿Y por qué quieres olvidar?

Rendido como estaba, le habló sin tapujos. 

–Pues porque mi vida es una mier… Esto… –se corrigió–, un rollo. Mi novia me dejó después de que mi mejor amigo se suicidara, después me despidieron del trabajo y mi madre está muy enferma.

–¿Qué es disizuar?

El joven se pasó una mano por la cara. Comprendió que le había hablado de un horror incompatible con su inocencia. 

–Pues –titubeó–, es cuando se muere alguien.

–Ah, vale –no le dio más importancia–. Pero no me has explicado por qué quieres olvidar.

–Porque no me gusta mi situación.

–¿Por qué no la intentas arreglar?

–A ver, niña… ¿Es que no has comprendido nada de lo que te he explicado?

–Oye, que no soy tonta –frunció el ceño–. La cosa es sencilla: vete a la tumba de tu amigo, perdona a tu novia, busca otro trabajo y cuida de tu mamá. 

–Ya.

–¿Crees, si no, que lo vas a resolver bebiendo Coca–Cola? 

Una sonora carcajada por parte del joven, interrumpió la conversación. 

–Tienes toda la razón.

La chiquilla se puso en pie. Antes de salir corriendo hacia el arenero, le tendió la mano y le dijo:

–Un palacer, señor. Soy Elena. 

Con una sonrisa que ocupó  todo su semblante, el joven se la estrechó.

–Un placer, señorita. Yo soy Santiago.