XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Con los pies asentados
en la tierra 

Guillermo Alonso del Real, 15 años

Colegio El Vedat (Valencia)

Javi tropezó y bajó las escaleras del primer piso con golpes secos. El caos que se desencadenó despertó a La Chelo, que subió rápidamente a por él.

–Si es que el día que sea normal en esta casa… –protestó cansada, mientras se colocaba la cofia y el delantal.

Javi sollozaba. Llamaba a su madre.

–¡Anda y que se calle el niño! –gritaron sus hermanas, Macarena y Rocío.

La Chelo lo agarró, aún con lágrimas, por las axilas y lo depositó bruscamente en la silla. Tomó la ropa del niño y comenzó a vestirle.

–Uno por aquí, y el otro… Anda, levanta un pie… ¿Te has meado? –le preguntó.

Javi se pasó las manos por el pantalón.

–Ni una gota, mira –contestó, invitando a La Chelo a verificarlo

Le trajo el Colacao y las galletas de canela. Al niño, los polvos de chocolate le recordaron al desierto que ilustraba la portada del tebeo de uno de sus hermanos, ‘‘Rafaelito en Australia’’. Por su cabeza comenzaron a brincar canguros.

–Desayuna, Javier –le apremió su hermano Juan, al descender las escaleras que daban a la cocina.

Aquella voz lo devolvió a la realidad. Comenzó a balancear las piernas e introdujo una mano en su minúsculo bolsillo. Con fruición agarró una canica que tenía allí escondida, pero sin ufanarse ante semejante tesoro. Sabía que no era suya, sino de su hermano Jaime, que la había heredado de Guillermo. Comenzó a darle vueltas, imaginándose que el objeto cambiaría de color.

–¿En qué andas distraído? –le preguntó La Chelo.

Javi sacó la mano del bolsillo de inmediato.

–En nada –le contestó.

Mas le traicionó la suerte, pues la canica salió rodando. Raudo, se abalanzó sobre ella y se la ocultó por debajo del pantalón. Al sacar la mano del bolsillo, le sorprendió el vello negro que le cubría el brazo. Confundido, quiso retornar a los canguros, cerrando los ojos muy fuerte, y la preocupación se apoderó de él. Ya no era capaz de pensar en saltar con aquellos animales. En su cabeza apareció la factura del viaje a Australia. Subió de nuevo a la silla para sacar su canica, pero en vez del objeto de cristal encontró una cartera de cuero. 

<<¿Dinero?>>, pensó. 

No le importaba el dinero. Estaba muy asustado por la bronca que le echaría Jaime si perdía su canica. Así que amagó saltar de la silla al suelo, pero no se produjo caída alguna. Ya no flotaban sus piernas en el aire, sino que tenía los pies bien asentados en la tierra. Era, lo que se dice, un hombre adulto.