XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Confesión de café

María Dolores Ardura, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)    

Observaba ansiosamente el tictac del reloj. Una hora, sólo una hora más, y el timbre de la Escuela de Arquitectura anunciaría el fin de la jornada, lo cual implicaba poder disfrutar de su compañía durante unos instantes.

Desde el momento en el que contempló aquellos ojos oscuros rebosantes de luz y vida, la palabra amor había cobrado un nuevo significado en el corazón de Marta. Fue entonces cuando entendió que debía estar siempre junto a Raúl, aunque él no lo advirtiese.

Sonrió ante el espejo de la cafetería al mismo tiempo que se acariciaba el pelo. Quería estar guapa. A pesar de todos los errores que había cometido a los dieciséis años, ahora se sentía orgullosa de haber reconducido su vida para conseguir aquel empleo que, aunque en apariencia insignificante, le permitía estar junto a él.

Hoy le confesaría todo. No podía seguir arrancando páginas del calendario sin que él lo supiese. Para bien o para mal, tenía que hablar con Raúl; él se merecía conocer la realidad de la que formaba parte.

Tan embebida se encontraba Marta en sus pensamientos, que no se había percatado de que Raúl había entrado en la cafetería.

—¿Te encuentras bien? Te noto algo dispersa.

— Sí, no te preocupes. Mi descanso llegará en dos minutos. ¿Te pongo lo de siempre y charlamos un rato?

Marta sirvió un par de cafés y se dirigió a la mesa en la que se encontraba el joven. La hora de la despedida se acercaba, y ella todavía no había conseguido abordar el asunto. Las palabras luchaban por ser pronunciadas, pero se ahogaban en el intento. Le temblaban las manos y las piernas. Al final, dos lágrimas rodaron por su mejilla y un débil y tembloroso hilo de voz brotó de sus labios:

—Raúl, hay algo que debes saber… Soy tu madre.