IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Correr no es gratis

Antonio Beltrán Santa Olalla, 16 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

Hace unos sábados participé en una carrera de diez kilómetros. Como era una prueba de prestigio, la línea de salida estaba repleta de corredores. Los nervios previos al disparo se podían cortar, así que utilicé una técnica para distraerme: fijarme en las pantorrillas de mis contrincantes. Había piernas morenas, blancuzcas, peludas, depiladas, fibrosas, delgadas y gruesas. Y al observar los pies, caí en la cuenta de que todos llevaban zapatillas deportivas de última generación: diseños minimalistas, amortiguaciones de gel con cavidades y hasta la sospecha de que portaban un motor en el interior de la suela. Muchas parecían diseñadas por la NASA.

Caí en la cuenta de mi indumentaria, especialmente el calzado, unas zapatillas de hace varias temporadas, gastadas y con roces, pero perfectamente adaptadas a mis pies, ligeras y fiables. Soy consciente de que parecían ridículas entre tanta “tecnología”.

El disparo nos puso en marcha. A los que estaban estrujados cerca de mí, esperando pulsar el botón de su reloj (GPS, pulsómetro, podómetro... e, incluso, cafetera), pronto los dejé atrás. Compartí el ritmo con un corredor que parecía recién salido de una revista.

Junto a la meta, los carteles publicitarios invadían los flancos de la calle. Vislumbré el arco de llegada con ansias. El público aplaudía y nos vitoreaba.

Me llamó la atención un cartel de una de esas marcas globales, que reflejaba un eslogan divertido: <<Corre con ventaja>>, impreso sobre la fotografía de unas zapatillas siderales, que cuestan cientos de euros. En el mismo anuncio, aclaraba Just do it, que en español significa “Hazlo, tan solo”, lo que me resulta una contradicción, pues "hazlo, tan solo" es lo que hizo el ganador de la prueba, un etíope que corrió descalzo.

Las marcas tratan de imponernos un montón de cosas superfluas que nos esclavizan y, en cierto modo, nos desmotivan. Nadie desea caer en la esclavitud de las tendencias y el marketing, aunque debemos reconocer esos avances técnicos en diseño y rendimiento, pero en la vida, como en el deporte, a veces prima el criterio de la moda, moda y estética, síntomas claros del consumismo.

Como deportista, quisiera que las marcas actuasen como una “gran familia", al servicio del atleta, quien a la vez que disfruta se supera y se relaciona con otros en un ambiente saludable, ajeno a las apariencias y a las poses que, sin darnos cuenta, nos transforman hasta hacernos olvidar la verdadera esencia de la competición.

Con el dinero que conseguí al subirme al podium en mi categoría me compré unas zapatillas iguales a las que tenía pues son baratas y cómodas. Además tampoco vivo de correr y para mejorar 10 segundos mis marcas no necesito más.