XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Cuando me dio por fumar

Cristina Espiau, 15 años

                  Colegio Canigó (Barcelona)    

Fue cuestión de hacerse valer: una no cumple quince años todos los días. Quince años tienen muchos de mis héroes de novela, los protagonistas de algunas de mis películas favoritas, esas chicas y esos chicos a los que de niña admiraba tanto por ser mayores que yo… Por eso quise ponerme a su altura y me decidí a dar la primera calada. Y lo que fue una emocionante experiencia con la boca llena de humo, se convirtió en un primer pitillo y, pronto, en tres cigarrillos Marlboro. Sabía que infringía una ley no escrita; sabía que estaba a punto de comenzar a tener muchos problemas.

Hay que admitir que el tabaco huele mal y que ese olor se queda en la ropa; que de la boca se apodera un mal gusto que hace que tengas que tomarte un caramelo de menta; que los dedos se van tiñendo de un tono amarillento y que todo cuanto tocas se prende de esa peste a pitillo quemado.

Aquel primer día tuve un examen a primera hora de la mañana. Las manos me olían fatal, a pesar que me las había lavado a conciencia, y no podía concentrarme a causa del olor tan penetrante que despedían. Hasta que una de mis amigas se me acercó discretamente y me ofreció un poco de colonia. Acepté su oferta y eso fue peor aún: ahora olía a una amalgama de tabaco y perfume.

Todos sabemos que fumar no es ilegal. Tampoco comprar tabaco, siempre y cuando seas mayor de edad. Existiendo tantas dificultades, la cuestión reside en por qué se ha puesto tan de moda fumar entre los adolescentes. La chica que me ofreció el primer pitillo empezó a fumar simplemente para llamar la atención. Ahora, sin embargo, no puede dejarlo; ¡está enganchada a la nicotina!

Mi caso es diferente: yo quise probarlo a modo de aventura.

Después le di mil vueltas al asunto, hasta llegar a la conclusión de que aquello tan solo me iba a causar problemas. Si lo analizas a fondo, te das cuenta de que fumar no tiene nada positivo. Una vez llegué a esa conclusión, decidí dejarlo. Sin embargo, no me iba a resultar nada fácil, ya que había adquirido la mala costumbre de fumarme un cigarro cada mañana.

Para solucionar el problema, dejé de comprar tabaco. El siguiente paso fue hablar con mi amiga, la que me había ofrecido el primer pitillo, y le dije que no iba a seguir yendo a fumar con ella.

Desde entonces, no he vuelto a tocar un cigarrillo.