IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

David venció a Goliat

Carlota Barcia Méndez, 16 años

                 La Vall (Barcelona)  

Somos muchos los que tendemos a hacer una montaña de un grano de arena. Me explico: cuando se nos presenta un problema, tendemos a hacerlo más grande y calamitoso de lo que es en realidad, en lugar de colocarlo en su sitio y buscarle una solución. Esta manera de ver las cosas hace que caigamos en una espiral de auto hundimiento: no puedo hacerlo; es demasiado para mí; no sé cómo seguir; nunca lo conseguiré independientemente de lo que me empeñe… Y si el problema afecta a más de una persona, el efecto se multiplica, empujándonos a la histeria colectiva, pues mi pesimismo pasa a mi compañero, mi compañero lo adoba y lo entrega a dos personas más, y éstas dos lo magnifican y expanden… Cuando cunde la histeria, parece que ha llegado la Gripe A.

No sabemos plantear los problemas de forma apropiada, afrontarlos con buena disposición. Si nos detuviéramos a pensar y gastáramos un minuto, hallaríamos una solución en vez de dejarnos caer en el no puedo hacerlo.

A veces la solución a un problema es una cuestión pequeña. Una operación matemática que salió mal porque fallaba un signo. El dibujo de una casa que quedó torcido por un pequeño error en el cimiento. O mi compañera que está enfadada porque no le he dado un buenos días.

Algo tan sencillo como una sonrisa alegra el día a cualquiera. Rebajarse a pedir ayuda, olvidar el orgullo, preguntarle a alguien cómo se encuentra… Tenemos que aprender a ser más grandes que nuestras dificultades.

En el pasaje bíblico de David y Goliat vemos a un joven enfrentarse a un gigante con un tirachinas. Parece que un arma tan simple y pequeña no podrá con semejante monstruo. Pero el chico se planta, sereno, con su pequeña arma, su voluntad y sin amilanarse. Acertándole en un ojo -con puntería y sosiego- David consigue vencer a Goliat.

David venció a Goliat no porque fuera diminuto, en comparación con el gigante, sino porque, en el fondo, Goliat era enorme pero muy pequeño. Y David, a pesar de ser minúsculo, sí que era grande.