XIX Edición
Curso 2022 - 2023
Desconectar para conectar
Julia Montoro, 17 años
Colegio Stella Maris La Gavia (Madrid)
Tengo un amigo que no tiene móvil. Se llama Gonzalo y ha cumplido diecisiete años, aunque aparenta veinte. Es un chico extraordinario, un muchacho de sudaderas y bocadillos de Nocilla, lo que en algún tiempo llegó a considerarse como un chico normal.
Muchas de las chicas que se le acercan para preguntarle por su perfil de Instagram, se quedan perplejas y hasta decepcionadas cuando atestiguan la gran revelación: <<Lo siento, no tengo Instagram, y tampoco móvil.>> ¿Cómo es posible que un muchacho de la Generación Z no viva unido a uno de esos trastos, como extensión de su ser? Le entiendo perfectamente. Una relación de endosimbiosis, como la establecida entre los jóvenes y sus dispositivos móviles, debería resultar beneficiosa para ambos, según la definición de simbiosis: “Asociación íntima de organismos de especies diferentes, para beneficiarse mutuamente en su desarrollo vital.” No lo digo yo, lo dice la ciencia. Pero Gonzalo ha sido uno de los pocos que se ha percatado de lo perjudicados que salen los jóvenes de tal interacción.
Mi amigo vive libre, pleno, con las manos desocupadas, la mente clara, los pensamientos lúcidos, unos niveles de cortisol para nada elevados, la vista en perfecto estado; y para los que duden de ello: es feliz. De hecho, creo que es la persona más feliz que conozco. Feliz porque vive y no sobrevive. Feliz porque no se deja llevar por la corriente. Feliz porque persigue la autenticidad, feliz porque disfruta del hoy, aquí y ahora. Y no, ni se aburre, ni está incomunicado, ni parece un viejo de pueblo.
¿Es que no se puede vivir sin la angustia, sin el estrés del constante bombardeo de información? ¿Qué hay de malo en no saberlo todo de forma instantánea? Por supuesto, Gonzalo está al día de las noticias, pero no le urge conocerlo todo al momento. No tiene prisa. No tiene necesidad de llenar su vida de “cosas”, porque la tiene completa.
Por mucho que duela la verdad, hay que admitir que no sabemos vivir con nosotros mismos. Y no es que yo proponga que nos aislemos para convertirnos en seres autosuficientes. En absoluto. Sin embargo, hemos de reconocer que no somos capaces de enfrentarnos a nuestros monstruos. No somos capaces de asumir nuestra realidad, y por eso preferimos vivir eternamente conectados y conocer los mil detalles de las vidas de otros, antes que enfrentarnos al silencio para descubrir nuestros pensamientos. ¿Será porque es un silencio de culpa, un silencio de temor, de angustia, de soledad…?
No creo que las tecnologías hayan llegado para acabar con lo característicamente humano. Son innumerables los beneficios que brindan los dispositivos electrónicos, lo que no significa que deban monopolizarnos la vida, tal y como está sucediendo. No deberíamos permitir que un vídeo de Tik Tok reemplace una conversación con la abuela, ni que una partida al Candy Crush se convierta en el foco de atención durante la hora de la cena. Hay límites que no se pueden sobrepasar. Además, todo en exceso es malo. Siempre.
Creo que voy a empezar a seguir el modelo de Gonzalo. O, al menos, a intentarlo. Mi amigo desprende algo que lo hace especial, que lo llena de vitalidad. Algo que yo también quiero. Así que ahora será Gonzalo quien tenga una amiga que no tiene móvil. Se llama Julia y también ha cumplido diecisiete años.