XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Desde la cafetería
de enfrente 

Jimena Rosique Gutiérrez, 15 años

Colegio Altozano (Alicante)

Las gotas de lluvia empañaban el cristal de la cafetería. El establecimiento estaba iluminado únicamente por la luz de los flexos del techo. Una taza de café humeante acompañaba a un joven, sentado en una de las mesas y ajeno a lo que ocurría en el local. Su vista estaba concentrada en el libro Maleficio, y no tenía intención de abandonar aquel universo de asesinato y misterio. De vez en cuando tomaba un sorbo de su bebida, sin despegar la mirada de las páginas. 

La campana de la puerta cantó, anunciando la llegada de un nuevo cliente. El crepitar repentino de un rayo y el bramido de un trueno lograron sacar al muchacho de su fantasía. Maldiciendo por lo bajo, intentó recuperar la concentración en lo que estaba leyendo. Tras unos segundos, desistió y levantó la mirada, que con cierto rencor dirigió a la persona culpable de su distracción.  

Llevaba el pelo recogido en un moño y estaba empapada de lluvia. Un abrigo verde ocultaba parte de lo que parecía una jersey negro de cuello vuelto, y sus pantalones beige estaban conjuntados con unas botas negras. La chica se detuvo a sacudir el agua de su capucha. 

Aunque llevaba mitones, se frotó las manos en un intento de entrar en calor, y enseguida paseó su vista por la cafetería. Sin poder remediarlo, cruzó la mirada con la del lector. Los iris verdes de la muchacha contrastaron con los profundos ojos marrones que él protegía con unas gafas. Le dirigió una breve sonrisa que disolvió el mal humor del joven que, sin más remedio, tuvo que devolverle el gesto antes de regresar a la novela. 

Apenas unos minutos después, sintió crujir la madera del suelo y escuchó los movimientos torpes de la silla que estaba al otro lado de la mesa, que pretendían no hacer ruido. El lector puso los ojos en blanco antes de levantarlos de nuevo. Y supo quién era la responsable de aquella segunda distracción.

–Perdona, no pretendía molestarte –se disculpó ella en un susurro, al tiempo que posaba una taza con chocolate caliente.  

–No te preocupes, supongo que no vienes con mala intención –suspiró–. ¿Eres nueva por aquí? Nunca antes te había visto en la cafetería.  

–Suelo ir a la que está enfrente –ambos volvieron la vista al otro lado de la calle, velado por la tormenta–, pero ayer la cerraron por reforma. Así que esta es mi única opción. 

–Entonces, supongo, nos empezaremos a ver. Me llamo Roberto –le tendió la mano. 

–Todo un gusto. Yo soy Milán –aclaró mientras le correspondía al gesto. Acto seguido sacó su propio libro de lectura. 

Roberto se fijó en la portada, con el nombre del autor: Rick Riordan. Asintió, como advirtiéndole a la joven que tenía buen gusto. Se trataba del tercer volumen de la saga “Percy Jackson y los dioses del Olimpo”. Se le despertó un cosquilleo en los dedos, ante las ganas de comentar con ella aquel libro de fantasía. 

–¿Cuál es tu personaje favorito? –no pudo evitar lanzarle la pregunta. 

Milán, que no se lo esperaba, enarcó una ceja. Dedicó unos instantes a valorar a los protagonistas y terminó por responder: 

–Definitivamente, Leo. Me recuerda a mi hermano. Además, evoluciona en cada capítulo –subrayó con una sonrisa–. ¿Y el tuyo? 

–No sé si elegir a Clarisse o a Percy. 

–¡Anda que no son distintos! –respondió mientras dejaba escapar una carcajada discreta. 

–Es que nunca se me han dado bien las decisiones –sonrió, mostrándole que no se había sentido ofendido. 

Se miraron. Roberto hubiese asegurado que nunca había sentido una conexión tan inmediata con una mujer. No se trataba de un flechazo, sino de la intuición de que acababa de hallar un alma gemela. Había bastado aquella breve y sencilla conversación para creer que, en adelante, ella iba a ocupar aquella silla que llevaba tanto tiempo vacía.

–Creo que nos vamos a llevar muy bien, Milán.