IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Desde Rumanía

Andrea Leoz

                  Escuela Altaviana (Valencia)  

En 1993 llegó al mundo un niña en Bucarest, Rumanía. Se llamaba Roxana. Nada más nacer, sus padres la dejaron en un orfanato. Por razones que desconocemos, aquella era la única opción que tenían. Allí la criaron hasta los seis años. Era una chica de personalidad oscura, no podía sonreír a nadie. Vivía apartada de sus compañeros, no encontraba la felicidad y siempre veía con tristeza el mundo. No era capaz de ver la luz: solía irse por los pasillos con su peluche preferido y pasaba las horas en soledad, esa soledad que llevaba dentro.

Al poco tiempo de cumplir seis años, llegaron al orfanato dos personas especiales: una mujer llamada Fina y un hombre llamado Abilio. Aunque Roxana no lo sabía, iban a ser sus padres. Cuando ella los vio, sintió miedo. No podía ni acercarse a ellos porque no quería saber nada de nadie.

Una mujer del orfanato le preguntó a Roxana: “¿Estas preparada para cambiar tu vida? Ellos te darán el amor que no te dieron tus padres. Ellos te harán cambiar el corazón”. Aunque no le contestó, la niña pensó que tendría que hacerle caso. Así lo hizo. Poco después, sus nuevos padres decidieron cambiarle el nombre por Andrea. Andrea Leoz, y aquel gesto quedará marcado en su corazón toda su vida.

Al llegar a España descubrió otra vida como quien descubre otro mundo. Nada más bajar del avión se encontró una sorpresa: su familia. Allí estaban esperándola. No se lo podía creer. Pensaba que era un sueño, porque cuando los vio entendió lo que era sonreír.

Cuando llegó su nuevo cumpleaños, se llevó de nuevo otra sorpresa: por primera vez pudo celebrarlo con sus primos. A partir de entonces comenzó a llegar la felicidad.

Con el paso del tiempo fue cambiando. Se volvió sonriente, guapa, deportista y tuvo la suerte de recibir el Bautismo, tomar la comunión y confirmarse. Pero una de sus mayores fortunas resultó acudir al colegio, un lugar en el que la respetaban y donde pudo conocer más a fondo su religión. Y eso que Andrea era una chica rebelde, e incluso tenía alguna que otra riña con sus profesoras, pero allí la apreciaban mucho e incluso la llamaban, con cariño, “la loca de Guadalaviar” (ese es el nombre del centro). Aunque tuviese problemas con algunas compañeras, trataba de solucionar cualquier desavenencia. Cuando alguien se metía con ella, sentía dolor por dentro, pero no se enfadaba.

Con la adolescencia llegaron algunos excesos. Su vida fuera de la escuela se hizo algo peculiar: solía ir de fiesta por la noche con sus amigas y muchas veces terminaban borrachas. Al poco tiempo, comenzó un ciclo de formación profesional en pastelería y repostería. Fue entonces cuando notó que debía cambiar, que tenía que hacer algo.

Como la nueva escuela cuenta con una capilla, una mañana se acercó por su cuenta y se arrodilló ante el Sagrario, en donde está presente Jesús bajo la apariencia del pan. Cerró los ojos y tuvo la sensación de ver una luz interior y de escuchar una voz que le animaba a rechazar aquellas cosas que le hacían daño y le separaban de Dios y de los demás. Supo que debía empezar a ayudar a sus compañeras para vivir en paz. Y se lo propuso, especialmente con algunas personas con las que no tenía una buena relación.

Hoy Andrea procura vivir por los demás, pendiente de ese Dios que le busca desde que era un bebé, recién nacido en la lejana Rumanía.