XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Desierto

Beatriz Silva Gascó, 13 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)    

Se despertó con la garganta seca. ¿Dónde estaba?... No sabía qué hacía en aquel extraño lugar. No recordaba nada de lo ocurrido.

Aquel paisaje le recordó al de las películas del salvaje Oeste: páramos pelados y tierra ocre, sin casas ni carreteras. Al considerar que estaba en el desierto, recordó las cinco reglas del manual de supervivencia de los scouts:

1. Analizar qué ha ocurrido.

2. Asegurarse el agua y la comida.

3. Buscarse un refugio

4. Localizar algún superviviente.

5. Pedir ayuda.

Según recordaba, viajaba hacia Argentina desde Bolivia. Ahora lo entendía… Estaban cruzando el desierto de Atacama cuando, de repente, empezaron a fallar los motores del avión. Le vino a la cabeza el pánico en la cara de los pasajeros y cómo se había golpeado la cabeza contra un asiento. Nada más… Intentó contener las lágrimas y centrarse en lo importante: la hidratación. Se rasgó las mangas de la camisa para cubrirse la cabeza. Entonces se dispuso a inspeccionar la zona.

Con los restos del fuselaje se construyó un refugio. Había comprobado que no quedaban supervivientes. Se alegró de haber encontrado una botella de agua y un bocadillo a medio comer. Fue una imprudencia que comiera y bebiera de golpe, pues no sabía cuánto tardaría en abandonar aquel infierno.

Sin reservas, tenía que empezar a actuar. Dejó pasar la noche. Al amanecer vio una bandada de pájaros. De sus años de scout recordaba que las aves vuelan hacia donde hay agua. Se puso en camino.

Se pasó el día de espejismo en espejismo. Por si fuera poco, se le había hecho demasiado tarde para volver al refugio. Tenía los pies hinchados y los labios cosidos de llagas. Sin esperanza, apoyó la cabeza en la arena y se dispuso a aguardar a que la muerte se lo llevara.

Al amanecer descubrió una silueta que se recortaba en el horizonte. << ¿Un helicóptero?...>>. Desechó esa idea de su mente, pues no quería volver a ser víctima de otro espejismo. Pero el ronroneo de las hélices parecía real. Dejándose llevar por aquel ruido cerró los párpados para atrapar un sueño descorazonado.

Se despertó con sed. Miró a su alrededor: la habitación estaba como siempre, la mesita con sus guías de expedición, la silla con la ropa recién lavada y las fotografías de su familia. Aún con los sueños prendidos de su mente, tomó una resolución: cancelaría el viaje a Chile y pasaría la Navidad junto a su familia.