XIX Edición
Curso 2022 - 2023
Destino Islandia
María Ripol, 16 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Cerca de la costa, “El Michigan” estaba a punto de fondear el ancla para pasar la noche.
–¿Las redes? –preguntó el señor Velga, capitán del barco.
–Guardadas –le informó Bruno, el mayor de sus hijos.
–Cubre las lanchas, por si acaso; las predicciones dicen que hará bueno –miró al cielo estrellado–, pero en Galicia el clima es tan gallego como sus habitantes, tan impredecible que, antes de que te des cuenta las nubes hacen acto de presencia.
Bruno asintió e hizo lo que se le había ordenado. Una vez acabó el trabajo, se tumbó en cubierta a descansar. Mientras tanto, el señor Velga había bajado a los camarotes para comprobar si sus hijas y su mujer estaban dormidas.
En la proa, Bruno rozaba con los dedos de una mano el agua de la superficie. Aquel verano habían decidido extender su ruta de navegación, y aún les quedaban varias semanas hasta que llegasen con “El Michigan” a Islandia.
–Deberías bajar a acostarte –le aconsejó su padre mientras se tumbaba a su lado–. Mañana nos aguarda un día largo y duro.
–Papá –Bruno se sentó–, gracias por enseñarme a navegar. De mayor cruzaré los océanos. Solo estaremos el mar, el barco y yo.
El capitán lo miró sonriente antes de explicarle:
–Bien sabes que la familia Velga está formada por generaciones de marineros, y que “El Michigan es ahora parte de esta familia”.
–Así es –comentó Bruno.
–Solo te doy un consejo: nunca navegues solo. Prefiero que te busques un buen equipo de marineros. Uno como el mío.
Intercambiaron las miradas y no volvieron a decir palabra.
* * *
Aún no había amanecido cuando un fuerte ajetreo despertó a toda la familia.
–Chicos, no salgáis de los camarotes; es peligroso –les ordenó el señor Velga mientras ascendía a cubierta–. Sujetaos para no daros golpes.
No hicieron falta más explicaciones, ya que sufrían el vaivén provocado por una tormenta. Al comprobar que sus hermanas, Anita y Bego, se mantenían seguras, Bruno siguió los pasos del capitán. Como las olas zarandeaban la nave con brusquedad, a duras penas logró caminar por la amura, agarrado con fuerza a los obenques. Su padre sujetaba el timón peleaba para mantener el velero en equilibrio.
–Bruno, ¡he dicho no subas! –le gritó con severidad–. Ponte el chaleco salvavidas ahora mismo y llévales el suyo a mamá y a tus hermanas.
La tormenta empeoraba y la espuma de las olas saltaba sobre el casco. El muchacho, con los chalecos en una mano, fue a tomar el pasamanos de la escalera cuando un repentino viraje le hizo perder el equilibrio y golpearse en el hombro. Anita, que observó la escena desde la cocina, corrió en su ayuda. Su madre la siguió detrás.
Decidieron subir y sujetarse al mástil, en donde se colocaron los chalecos.
–¿Dónde está Bego? –preguntó la madre con angustia.
–Se ha quedado dentro –le informó Anita.
Decidió volver a por su hija, pero cuando avanzaba hacia la puerta una ola inmensa pasó por encima de “El Michigan”. Anita corrió a socorrerla, resbaló, se deslizó por la cubierta y cayó por la borda al mar.
–¡Anita! –gritó la madre.
El oleaje hizo que la perdieran de vista. Bruno fue a saltar en su ayuda, pero el señor Velga se lo impidió.
–Encárgate del timón –le dijo antes de lanzarse de cabeza al océano.
Bruno mantuvo el rumbo, preocupado porque no veía a su padre ni a su hermana. Estaba en sus manos salvar al resto de la familia, así que recordando lo que le había enseñado el capitán, hizo lo posible para mantener el barco a flote. Pero la tormenta empeoró y “El Michigan” acabó volcando.
El muchacho se despertó sujeto a la quilla del barco. La tormenta había amainado. Miró a su alrededor. Su madre y Bego se habían subido a una de las lanchas de emergencia. Le llamaron y Bruno echó a nadar hacia ellas. A lo lejos, un carguero se acercaba con el propósito de rescatarlos.
Una vez subieron a cubierta, Bruno encontró en el bolsillo de su camisa una nota. Alguien la había metido en una bolsa de plástico para que no se mojara. Abrió el papel para encontrar unas líneas escritas por el capitán:
“Esta noche ha cambiado el tiempo y no estoy seguro de que mañana consigamos atravesar la tormenta. Confío en ti hijo y te dejo al cargo de lo que pueda suceder. Recuerda que un buen marinero siempre llega a su destino. Así que, pase lo que pase, nos reuniremos todos en Islandia. No pierdas la esperanza”.
–¿A dónde han dicho que iban? –preguntó con sorpresa uno de los comandantes del barco.
–A Islandia, señor –contestó Bruno sonriente.