XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El Alcaraván 

Fabiana García, 17 años

Colegio Esclavas de Cristo Rey (Madrid)

En los llanos venezolanos se dice que el alcaraván, un pajarito de graciosas pintas, sólo canta en dos ocasiones: la primera, cuando una mujer se queda embarazada; la segunda, cuando alguien se encuentra ante el umbral de una muerte trágica. 

Aquella tarde, en cuanto se oyó su canto en La Casona, todos se alegraron por Angélica Gutiérrez, pues desde que se casó venía buscando aquel piar premonitorio. La regla no le bajaba hacía mes y medio, por lo que todo parecía indicar que el alcaraván iba a acertar.

Julián Artiles, su esposo, estaba entusiasmado con la noticia y se enorgullecía de haber sido el primero en oír el canto del animalito. La pareja se quedó hasta altas horas de la noche planeando acerca del nuevo integrante en la familia: qué nombre le pondrían si era niño, qué nombre le pondrían si era niña, dónde dormiría, de qué color pintarían su cuarto 

A la mañana siguiente, como todos los jueves, Julián tenía previsto salir con tres peones de la finca a cazar aves y caimanes, una actividad lúdica que parecía reforzar la hombría de aquellos que lograban domar a las bestias del llano. Antes de partir, Julián fue a despedirse de su esposa a la salita que tenían apartada para tomar café. Al entrar en la habitación dio un paso a un lado para dejar salir a una mariposa negra, como con ojos de vaca brava. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Angélica, que era muy supersticiosa.

–No te vayas hoy de caza, por favor.

Pero Julián, que salía con la escopeta y el rifle desde los quince años, no atendió a sus ruegos. Le explicó lo que la caza significa para los hombres de los llanos que deben ganarse el respeto de sus peones.

–Las mariposas negras no traen la mala suerte. Eso son cuentos de viejas.

Antes de que Angélica pudiera responderle, salió de la casa con el rifle a la espalda.

La muchacha se pasó las horas mortificada por un presagio. Unos días antes había cantado el alcaraván y ahora una mariposa negra se había entrometido en el camino del matrimonio. Intentó serenarse, buscando pensamientos acerca de la milagrosa semilla que llevaba en el interior de su vientre. 

<<Es lógico que esté encinta, pues en mes y medio no le ha bajado la menstruación y ha cantado el pajarito>>, quería convencerse. 

Su madre le había contado muchas veces que ella había escuchado aquel canto tres semanas después de la concepción de la joven, por lo que nunca es temprano para escuchar al alcaraván. Al fin logró calmarse y siguió ejerciendo sus labores como dueña de finca.

Por la tarde sintió un malestar en el vientre. Corrió al baño y descubrió con tristeza aquello que se le había atrasado mes y medio. Pálida y alarmada, echó a correr por el patio hacia la entrada de La Casona. Entonces vio a los peones, que traían, pálidos, a Julián en andas.

–Ha muerto –le explicaron–. Fue una bala perdida, jefa. 

La mañana del funeral, Angélica maldijo las balas perdidas, las mariposas negras, el canto de los alcaravanes y las ilusiones rotas. 

En la distancia, un ave comenzó a piar como riéndose del caprichoso destino.