XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El amor de mis abuelos 

Ana Céspedes, 15 años

Colegio Peñalvento (Madrid)

Suelo pasar los veranos con mi abuela Mari. Mis amigos me preguntan si no se me hace aburrido, porque no entienden que junto a ella no hay un día igual que otro. Podríamos hablar entre nosotras hasta del tiempo y, aun así, no nos cansaríamos. 

Lo que más le apasiona a mi abuela es recordar su juventud, cómo conoció a mi abuelo Pablo. Aunque él haya fallecido, lo sigue amando y no hay un solo día que no piense en él.

Me cuenta que en el pueblo donde nació, ella trabajaba en el verdeo de los olivos y también cuidaba de algunos niños para llevar algo de dinero a casa, pues eran doce hermanos y para sus padres era muy complicado alimentarlos a todos. Así que, cuando cumplió diecisiete, mis bisabuelos la llevaron a trabajar a un pueblo de Madrid donde vivían unos tíos.

Con su maleta y la cabeza llena de dudas, se presentó en la casa que debía cuidar. No sabía que enfrente se encontraba la panadería del que un día sería su marido.

Según dice, parece que fue ayer cuando se vieron por primera vez.

—Ese chico es de mi pueblo —cuchicheó Mari al oído de su prima.

—Pero, ¿qué dices? Pablo es mi vecino desde que éramos pequeños—le respondió Elena, dejándola descolocada.

Dice que mi abuelo sintió lo mismo, que ya se conocían. Nada más verse, se enamoraron perdidamente el uno del otro. Aunque mi abuela trató de ocultárselo, mi abuelo la insistió hasta el cansancio.

Él y su grupo de amigos perseguían al de mi abuela para llamar su atención. Cuando los domingos iban al cine, ellos también sacaban una entrada y, desde las butacas de la fila de atrás les lanzaban palomitas y empujaban el respaldo de sus asientos. Según me cuenta, a ella nunca le molesto porque ambos sabían que se querían. 

Con el tiempo mi abuela empezó a demostrar su interés, pues permitía que el abuelo Pablo le acompañara a la puerta de la casa de los tíos, iban juntos a la compra y salían con el mismo grupo de amigos de manera intencionada. Tiempo después empezaron su noviazgo, y cuando ella cumplió veintidós años y él veintitrés, se casaron. Con el paso del tiempo tuvieron seis hijos y, décadas después, muchos nietos. Por desgracia, él no vivió lo suficiente para conocernos a todos. Ahora somos once y mis primos más pequeños saben que nos cuida desde el Cielo.

A mi abuela le gusta creer que lo suyo fue un reencuentro, que lo que les pasó –aquella forma tan repentina e intensa de amar– fue el fruto de una vida pasada que habían compartido, en otro momento y lugar, incluso en otra realidad, como si por capricho del destino se hubiesen tenido que encontrar. La verdad es que no es capaz de explicarse y sabe que es muy difícil que yo lo entienda. Aun así, espera que cuando ambos se encuentren de nuevo, se repita la experiencia de su vida en común. Anhela que se quieran con la fuerza que les dio la valentía de amarse para siempre, pues aquel amor les hizo inmensamente felices y con él superaron, sin duda, lo que no podemos explicar con la razón.