XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

El Corsario Fantasma

Chema Urbina, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)    

—¡Capitán!, ¡navío de guerra por babor! —bramó el vigía desde la cofa del palo de trinquete, mientas señalaba la dirección del buque recientemente avistado.

El capitán, que se encontraba erguido sobre el castillo de popa, con la diestra en el timón y la siniestra apoyada ligeramente sobre la culata de uno de sus dos pares de pistolas, aguzó el oído y elevó la vista. Acto seguido, al oír las palabras de su esbirro, soltó el timón y se dirigió con paso firme hacia las escaleras de babor, donde tomó el catalejo de uno de los bolsillos de su casaca. Lo desplegó e inspeccionó su presa.

—¡Desplegad las velas! —voceó el corsario mientras depositaba de nuevo la mano sobre el timón.

Una escalofriante sonrisa se dibujó en la tripulación pirata, ávida de riquezas y botines.

—¡A la caza de esos perros! ¡Enseñémosle a España el filo de nuestras armas!— rugió con ímpetu el corsario.

Los bucaneros se aprestaron a cargar cañones y fusiles.

El buque corsario cortaba las aguas con gran ímpetu, disminuyendo así la distancia que lo separaba de su presa, de modo que al cabo de escasos minutos los españoles se vieron incapaces de huir y echaron mano a los cañones.

—¡Fuego! —bramó el capitán español agitando el sable furiosamente.

Los proyectiles silbaron por encima de las aguas y penetraron en la amura de babor del buque corsario.

—¡Perros! —gritó el pirata, y mirando a sus hombres, añadió—: ¡Haced que traguen pólvora esos truhanes!

Acto seguido, veinte bocas de fuego tronaron sobre la mar y el navío español recibió los impactos a la altura de la bodega.

—¡Descargad de nuevo! —rugió el pirata.

La nave corsaria volvió a disparar por última vez su artillería, agujereando las velas y envolviendo a los soldados en humo y llamas.

—¡Contra la borda! —vociferó el corsario virando el navío, apuntando con el palo de bauprés hacia el casco del buque de su Majestad.

Los españoles, al ver al enemigo aproximarse, descargaron una andanada acompañada de una descarga de fusilería. La mayoría de los proyectiles de los cañones se hundieron con estrépito en el mar, elevando numerosas columnas de espuma, sin llegar a impactar contra su objetivo. Instantes después, la proa del navío corsario chocó contra la amura de estribor española, provocando así la alineación de los formidables adversarios.

—¡Fuego! —. Tras dar esta orden, y viendo que un gran número de españoles caían abatidos ante su empuje, el jefe de los piratas dijo lo que todos sus hombres estaban deseando oír: —¡Al abordaje, mis valientes!

Los bucaneros se lanzaron gritando y agitando las armas sobre los españoles, que se batían valerosamente. Liderando el asalto, el corsario tomó un cabo de cuerda y chilló:

-¡A mí, hombres de la mar! -se lanzó sobre el castillo de popa español, respaldado por un puñado de los suyos.

Los españoles que defendían el puente se abalanzaron sobre los intrusos y opusieron resistencia con denuedo, pero la superioridad numérica de los asaltantes decidió la suerte de los marineros, que se vieron reducidos en poco tiempo.

—¡El castillo de popa ha caído! —rugieron los atacantes a una y renovaron la lucha con más brío, hasta que, de pronto, solo quedaba un puñado de españoles, que se atrincheraron en la proa.

No había nada que pudieran hacer por salvar su barco; el navío español ardía y se desmoronaba. Antes de acabar con la vida de los españoles que aún quedaban en pie, el capitán pirata les ofreció la posibilidad de rendirse.

—¡Moriremos antes que ver arriada la bandera de Castilla! —le contestaron con bravura.

—¡No os mataremos! Unos héroes que defienden su patria de esta manera deberían ser premiados. Prometo daros la libertad a cambio de la posesión de este navío.

—Señor, hemos jurado lealtad al rey y a la reina de España y no quebraremos nuestro voto.

El pirata ordenó entonces a sus hombres que acabaran con los supervivientes y se dirigió al camarote del capitán, para apropiarse de la nave.