XII Edición
Curso 2015 - 2016
El crecepelo
Alejandro Velasco, 16 años
Colegio Mulhacén (Granada)
Mario estaba obsesionado con su calvicie. Cada mañana se miraba en el espejo y recibía un dardo en el corazón por cada pelo que veía muerto en el lavabo o atrapado en el peine de púas especiales para no dañar su escasa cabellera.
Aquella tarde había comprado a una señora un remedio contra la calvicie, garantizado al cien por cien. Mario no solía confiar en estos productos; había probado tantos... Pero este le dio una buena corazonada.
Cumpliendo paso por paso el recetario de la mujer, salió al balcón semidesnudo y recibió el frío húmedo de la noche invernal. Allí esperó a que le bañara el resplandor de la luz de la luna llena antes de rociarse el cráneo con el milagroso crecepelo.
Durmió intranquilo a la espera del resultado. Con las primeras luces del amanecer, saltó de la cama y corrió al cuarto de baño, en donde se agarró con avidez al lavabo para observar en el espejo… Le abatió una decepción humillante. Se iba a dar por vencido pero aún le quedaron fuerzas para echar un último vistazo a su bola de billar. Entonces se preguntó qué era esa mancha oscura que asomaba por su cabeza.
Una pelusilla empezó a brotar cual espuma en la bañera. Con una asombrosa rapidez, la pelusilla se convirtió en pelo. Mario no cabía en sí de gozo. El pelo continuó creciendo descontroladamente: un cabello fuerte, negro y rizado que, como una planta, se descolgaba cabeza abajo. Lo terrible fue cuando empezó a introducírsele en los oídos. Al principio le hizo cosquillas. ¡Qué gracia! Luego, al intentar quitarse esos molestos mechones, sus dedos quedaron atrapados, anudados en la pelambrera. La presión que el cabello ejercía sobre su cráneo hizo que los ojos saltaran de sus órbitas, por las que salieron matas de pelo. Gritó, pero sus gritos pronto quedaron ahogados por unas guedejas que le asfixiaron.