XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

El cumpleaños de Lidia

Ana Badía, 16 años

                  Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)    

Esa mañana, Lidia se levantó más radiante que nunca. ¡Por fin era mayor de edad! Sonriente, con la autoestima muy alta, y con sus Converse nuevas —que ella misma se había auto-regalado—, salió a la calle de camino a la facultad. Una vez en el metro, encendió su móvil para ver quiénes se habían acordado de ella en su día. Mensaje de Julieta: obvio, era su mejor amiga; llamada perdida de Sofía, antigua compañera de clase; un largo mensaje de Carlos, su primo; un SMS de su madre diciéndole cuanto la quería y que más tarde la llamaría.

Guardó el móvil. Hubiera preferido que todas aquellas personas hubieran podido felicitarla en persona, en lugar de tener que contentarse con enviarle un mensaje. Sin embargo, no era cuestión de quejarse, ya que, gracias a su inteligencia y a su gran potencial, había conseguido una beca de estudios en Alemania y por eso se encontraba a muchos kilómetros de distancia de sus allegados. A pesar de eso, se habían acordado de ella en este día que tanto ansiaba, y por eso se sentía afortunada.

Eso sí, faltaba el mensaje de su hermana pequeña Lola. «Se le habrá pasado», quiso creer Lidia.

Tenía claro que no podía ser por la fuerte discusión que tuvieron justo antes de que ella se marchase a Alemania.

Se bajó del metro y se apresuró a entrar en la cafetería donde cada mañana, junto a sus amigas alemanas, tomaba café. Allí estaban todas esperándola. Hasta Crista, que nunca desayunaba.

Más tarde, a la hora justa, se encaminaron a sus respectivas clases. Incluso los profesores la felicitaron, y cantaron “Feliz cumpleaños” todos juntos, aunque en alemán, por supuesto.

Al atardecer, después de unas copas con las amigas, Lidia se dirigió a su apartamento para descansar. A pesar de que había sido un grandioso cumpleaños, cualquiera habría notado al verla caminar a la luz de las farolas que había faltado una chispa en ese día tan especial.

—Soy una cabezona... —pensó. Realmente lo era. Dos semanas antes de partir a Alemania, su hermana le había preguntado si podría utilizar su moto mientras ella estuviera fuera. Y en un acto de soberbia, ella le había contestado que no. La moto no se tocaría mientras ella permaneciera ausente. Y sabiendo como son los adolescentes, una pelea llevó a otra, y hasta ese momento no se habían vuelto a hablar.

Ya en su habitación decidió leer un poco. Cuando iba por la primera hoja, sonó su móvil. Era un whatsapp de Lola.

—No te he llamado porque en Alemania no tengo datos. Menos mal que tu apartamento tiene wifi público. Anda, baja y ábreme, que me estoy congelando aquí fuera.

Lidia, emocionada, dejó el móvil en la mesilla de noche y se puso los zapatos.

No le podía expresar su gratitud en un mensaje. Prefería hacerlo con un abrazo.