XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El desorden 

Álvaro Moreno, 17 años

Colegio El Vedat (Valencia)

Cuando llego a casa después de un día de colegio, entro en mi cuarto, lanzo la mochila a la cama y dejo la chaqueta sobre la mesa, de cualquier manera. Sé que debajo del colchón hay un bazar de zapatos, zapatillas, calcetines, una raqueta de tenis, un balón medio hinchado, papeles… Mi madre hace tiempo que decidió no recoger lo que voy tirando, para que me dé cuenta de que vivo en una pocilga. Y sí, lo reconozco, tengo la habitación hecha un asco, algo de lo que no me enorgullezco.

Supongo que este escenario le resulta familiar a muchos adolescentes, aquellos que, como yo, poco a poco se van dejando invadir por el desorden, hasta que el caos termina por ahogarnos en el interior del pequeño espacio de la casa que nos pertenece. 

Quizás desde fuera pueda parecer una trivialidad el contenido de estas líneas, pero al contemplar con desolación el campo de batalla en el que habito, comprendo que necesito tomar con urgencia una decisión: la de superar la pereza para despojarme de todo aquello que ya no me resulta útil, así como la de respetar a los demás miembros de mi familia, que no tienen por qué soportar este estado calamitoso de mi territorio. Detrás del desorden se esconden nuestros límites, pues como dice Marie Kondo, famosa especialista en el orden del hogar: <<la limpieza es el acto de enfrentarnos a nosotros mismos>>.

Hablando de citas, resuena en mi cabeza el discurso que dio el navy seal William H. McRaven, en la Universidad de Texas. Dijo: <<Si quieres cambiar el mundo, empieza por hacerte la cama>>. Es decir, realizar algo tan básico como hacer la cama es plantarle cara a la primera batalla del día, es ganar en tranquilidad y orden.

En mi casa convivimos cinco personas y en la puerta de la nevera colgamos una lista con el reparto de las tareas del hogar. Aunque no seamos la familia más numerosa del mundo, en el momento en el que alguno no cumple su parte, la estructura se viene abajo. La base de esta estructura es el respeto; si respeto a mis padres y a mis hermanos, tengo que cumplir mis obligaciones. Además, tenemos que funcionar como un reloj, en el que cada engranaje tiene su función indispensable para que funcione el conjunto.

Volviendo al desorden en el que habito, después de escribir estas líneas comprendo que debo poner una solución: primero sacaré el universo que vive bajo mi cama, y trataré de poner cada cosa en su lugar. Después, colgaré unas baldas donde irán mis libros. Para darle un nuevo aire a la habitación, pondré unas macetas en la jamba de la ventana, cambiaré de sitio la cama, el piano y la mesilla. Creo que poniendo interés y esfuerzo, y al ser una suma de objetivos pequeños, haré de mi cuarto un lugar confortable para estudiar, recibir a los míos y descansar.