XIX Edición
Curso 2022 - 2023
El monarca de la
desdichada fortuna
Inés García Pescador, 16 años
Colegio Esclavas de Cristo Rey (Madrid)
Un rey de la ciudad de Tebas vivía por y para gozar de un brillo mayor que el de la propia mañana. Su felicidad radicaba en la posesión de joyas, oro y un poderoso ejército que velaba por la seguridad de sus riquezas. Su ambición se dio a conocer por todo Grecia.
En lo más profundo de su alma, el monarca ocultaba su temor a la muerte. La idea de exhalar un último aliento y que sus pupilas no volviesen a contemplar la belleza de cuanto le pertenecía, despertó en él una terrible angustia. Sus consejeros comenzaron a preocuparse, pues su rey iba perdiendo el apetito y la sonrisa con la que hasta entonces se ofrecía al pueblo al que gobernaba.
Un sabio de la corte le propuso visitar el Oráculo de Apolo, en Delfos.
-Mi señor, estoy seguro de que allí aprenderá a gozar del tiempo presente. Además, Pitia le profetizará cuanto quiera conocer del sino que le espera, que juro por Zeus será dichoso.
Convencido por su consejero, el monarca se embarcó rumbo a Delfos, con el deseo de disipar su miedo ante el porvenir. Mientras se aproximaba al templo, bajo el monte Parnaso, le asaltó la idea de que aquel lugar estaba sujeto a un peligroso hechizo.
Realizó los habituales ritos de purificación y sacrificó un toro cebado ante el dios Apolo, antes de aproximarse, trémulo, al oráculo. La adivinación iba a tener lugar entre la espesa negrura de la noche. Solo la luna contemplaba la escena desde lo alto. Tras unos instantes de quietud acompañados por el lejano ulular de los búhos de la ladera, la pitonisa entró en trance y pronunció unas palabras casi ininteligibles, envuelta en el perfume del incienso.
-Para librarte de las ataduras de la muerte, tendrás que apartarte de la dorada luz.
Aquellas palabras retumbaron en las sienes del rey que, mareado, cayó rendido al suelo.
Al abrir los ojos, se descubrió cambiado. Se había hecho irreconocible a los ojos de los demás. Era un hombre casi invisible a los ojos del mundo.
Por las mañanas se encerraba en palacio, aislado de todo ápice de luz solar, pues no necesitaba más fulgor que el de sus riquezas. Por el contrario, cuando caía la noche salía de su alcoba furtivamente para pasearse, cual espectro, por los alrededores de Tebas. Pese a su extravagante conducta, el rey confiaba en que estaba siguiendo las pautas dictadas por Pitia, que le permitirían mantener para siempre su lujosa vida.
El monarca fue convirtiéndose en un enemigo del Sol; en un amante de la Luna, de quien se había enamorado en silencio a raíz de su creciente locura. Por desgracia, quiso la mala fortuna que el desdichado rey presenciase una noche un eclipse lunar. Su amada, habituada a lucir blancos vestidos, se tiñó de un sádico color carmesí que le evocó a la muerte, que maldecía al huraño monarca por vivir ensimismado en sus joyas, responsables de la enajenación de su amo, que se quedó petrificado para siempre.