XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El patito feo 

Laura Wizner

Centro Zalima (Córdoba)

Ángela se había convertido en el saco de los insultos de todos sus compañeros de clase. La llamaban gorda, pesada, jirafa… Ella se había acostumbrado a escuchar durante las clases, en el comedor y en el recreo aquellos calificativos.

–¿Es que tengo que ir yo a defenderte? –se quejó Ana, su madre, a la que le dolía ver a su hija bajo aquel maltrato–. Eres alta y grande, Ángela, así que puedes con todos ellos.

–Querrás decir que tengo un cuerpo asimétrico y deforme –le contestó mientras se le desprendía una lágrima.

Prefirió esforzarse en asimilar aquellos ultrajes, que le caían, sobre todo, por parte del grupo que dominaba el aula. Marta, una chica rubia que tenía rasgos parecidos a los de Ángela, era la primera que la parodiaba con crueldad.

A la hora de distribuir los trabajos de cada asignatura, Ángela se quedaba apagada y triste. Soñaba con el día en que no fuese la última en ser elegida. Sus compañeros sabían de sus altas capacidades intelectuales, así que en el desafortunado caso de que acabase en el grupo que formaba la pandilla de abusadores, daba por hecho que la obligarían a realizar la mayor parte de la tarea.

–Lo haces en tu casa y nos lo mandas por correo electrónico, para que veamos de qué va el asunto. Y, ojo, porque de ti depende que nos pongan una buena nota –le amenazaba algún miembro de aquella cuadrilla.

–Mamá, ¿cómo podía decirles que no? –preguntó con desesperación–. Si no les hago caso, si me niego a dejar que me utilicen, mis calificaciones bajarán. 

En una de aquellas lluvias de insultos impulsadas por aquel demonio rubio, se entrometió su hermana María, que al contrario de Ángela, no le tenía miedo a aquel grupo de matones. Pero su intervención no le trajo nada bueno, pues la rubia había encontrado una razón nueva para zaherirla:

–Deberías ser lo suficientemente valiente como para defenderte sola –le espetó.

Sin embargo, el apoyo de su hermana mayor hizo que Ángela al fin se diera cuenta de que aquellos acosadores pretendían manipularla. No iba a volver a dejarse humillar; estaba dispuesta a defenderse.

–¿Debería asustarme por vuestro nuevo insulto? –les soltó a la mañana siguiente, en cuanto escuchó un desagradable epíteto.

La panda se quedó tan extrañada, que Marta arremetió con un nuevo comentario hiriente:

–Ángela, le harías un favor al mundo si desaparecieras. No le importas a nadie.

–¿Y eres tú la persona más adecuada para decírmelo? Aseguran que nos parecemos, salvo en que yo no insulto al que se cruza por mi camino –tomó aire–. No estoy sola: tengo el cariño de toda mi familia. Y tú, ¿también lo tienes?

Aquella tarde su móvil se llenó de mensajes. Eran palabras de arrepentimiento por parte de los abusadores y de admiración por parte de los demás compañeros del aula. Ángela acababa de transformarse en una adolescente fuerte y decidida. Nadie volvería a tratarla de aquella manera.