XII Edición
Curso 2015 - 2016
El piano mudo
Arlene Cortés, 15 años
Colegio Canigó (Barcelona)
Después de la muerte de mis padres nunca volví a ser la misma.
Cada noche me encontraba llorando en mi cama encima de sus retratos fotográficos. No lloraba únicamente porque habían fallecido y me habían dejado sola. Lloraba también por todos los momentos futuros que no viviría a su lado y que ellos no vivirían junto a mí. Su muerte me cogió por sorpresa, fue todo muy repentino.
Mi madre era artista, le encantaba dibujar y la verdad es que lo hacía muy bien. Nunca se hizo famosa, pero eso a ella no le importaba; solo quería dibujar. Literalmente vivía por sus cuadros y por mi padre.
Se conocieron en un baile benéfico donde mi madre había expuesto algunos lienzos. Mi padre me contaba que en el preciso instante en el que la vio, supo que iba a ser suya. Decía que al principio sus ojos no pudieron procesar lo que veían, que era como intentar mirar directamente al sol un día de verano. Continuaba la historia diciendo que se acercó a ella y le dijo:
—Tú y yo nos casaremos.
Mi madre, que vivía en su mundo, se lo quedó mirando muy seria. Después de unos minutos depositó su vista en el cuadro más cercano a ellos, en el que se veía a una muchacha mirando a un apuesto caballero, quien a su vez le devolvía la mirada. Soñadora, se imaginó que eran ellos dos. Le contestó:
—Lo haremos.
Seis meses más tarde se casaron. Después nací yo, la alegría más grande de su vida, aseguraban. Fui el fruto de un amor incalculable, el amor más grande y puro que he conocido. Mi sueño es encontrar algún día a alguien que me quiera y yo le corresponda como ellos lo hacían.
Yo adoraba la música y el baile, pero mi mayor anhelo era aprender a tocar el piano.
Mi mejor amiga tenía un piano en su casa. Aunque ella no lo sabía tocar, su madre sí lo hacía. Cada vez que lo escuchaba, me dejaba llevar por las notas, imaginándome qué se sentiría al tocar una melodía, cómo notaría la presión de mis dedos sobre las teclas al formar preciosas combinaciones de notas que me permitiesen volar a través del tiempo.
Mis padres, conocedores de tal deleite, decidieron comprarme un piano por mi decimosexto cumpleaños. No pude suponer que tener aquel instrumento me iba a costar tan caro.
Yo solo quería un piano, y lo tuve a cambio de la vida de mis padres, que después de cargarlo en una furgoneta, al volver a casa, tuvieron un accidente de circulación. Mi madre murió en el acto, pero mi padre fue trasladado a urgencias, donde permaneció ingresado dos meses, antes de reunirse con mi madre.
El piano no sufrió daño alguno. Mientras yo permanecía en el hospital junto a mi padre, alguien se tomó la molestia de colocarlo en el salón de mi casa. Ahora hay un instrumento en el salón y una habitación vacía. Nunca nadie lo ha tocado y nunca nadie lo hará. Se merece permanecer en silencio.