XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

El puma

Gabriel de Gardeazábal, 15 años

                 Colegio El Prado (Madrid)    

Solo se escuchaba su lenta respiración nasal a través del gélido frio. Inspiración, expiración, inspiración, expiración... Jack Price, un Navy Seal retirado tras la guerra de Irak, llevaba un par de horas inmóvil en su puesto de caza. La perspectiva que dominaba era inmejorable: un pequeño lago rodeado por un terreno en pendiente que recordaba a las palmas de unas manos juntas, que retienen un poco de agua. Las laderas estaban cubiertas de pinos y de nieve, ofreciendo una magnífica imagen de la taiga. Price controlaba con la mirada aquel paisaje, tumbado junto a las raíces de un árbol.

Hasta el momento solo le había entrado un zorro, pero era cachorro y decidió no dispararle. No le merecía la pena una pieza tan pequeña. Además, si hubiera apretado el gatillo hubiese espantado a todos los venados en varios kilómetros a la redonda.

Price vestía ropajes de camuflaje para la nieve y estaba tapado con una manta del mismo dibujo. También se había calado su preciada gorra beige, en la que se leía, tejida, la tercera palabra del alfabeto radiofónico: «Charlie». Llevaba seis días esperando a un ciervo al que dejó malherido. Aunque siguió el rastro de sangre, el temporal golpeó con fuerza y la nieve provocó la desaparición de la pista. Pero intuía que estaba vivo, y que se acercaría al lago para beber.

Sacó una barrita energética de frutos secos y le dio un mordisco. Al levantar la cabeza, para su sorpresa, descubrió a un reno macho junto a las aguas. Guardó la barrita y, agachando la cabeza, colocó el ojo en la mira, apoyando el pómulo en la culata del rifle, de modo que su densa barba quedó rozando el suelo nevado. Apuntó mientras mascaba los últimos trozos de cacahuete, pero cuando tenía el lomo del animal en el punto de la mirilla, le sorprendió el crujido de una rama. Se volvió; todo estaba en calma.

Apuntó de nuevo, afinó el zoom y cuando iba a apretar el gatillo, crujió otra rama sobre su cabeza. Miró hacia arriba, justo a tiempo para ver cómo algo se abalanzaba sobre él. Con un acto reflejo, Price apartó aquel animal con un golpe seco de rifle. Mientras se deshacía de la manta, lo escuchó ronronear. Era un puma.

El felino volvió a atacarle, tirándolo sobre la nieve. Price sostuvo la mandíbula amenazadora colocando el codo en el cuello del puma, mientras con la otra mano trataba de desenfundar su cuchillo.

Cuando el brazo del militar retirado se quedaba sin fuerzas, logró clavarle la hoja en el pescuezo. La fiera se revolvió, pero Price alcanzó el rifle y le disparó.

De nuevo se escuchaba un profundo silencio, roto por la respiración acelerada de Price, que formaba volutas de vaho.